Cosas que probablemente no sabías del metódico, maniático y genial Charles Babbage, el padre de la informática moderna (II)

Cosas que probablemente no sabías del metódico, maniático y genial Charles Babbage, el padre de la informática moderna (II)
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Seguimos con las curiosidades sobre Charles Babbage, iniciado en la anterior entrega de esta serie de artículos:

  • Como aficionado a los trenes, también inventó un dispositivo de registro ferroviario que empleaba plumas entintadoras para trazar una serie de curvas sobre hojas de papel de 300 metros de longitud: un híbrido de sismógrafo y velocímetro, que registraba el historial de velocidad del tren y todas las sacudidas que daba éste a lo largo del trayecto.

  • También estaba obsesionado con las fábricas. Hasta el punto de que llegó a afirmar que el mejor lugar para aprender cosas nuevas de los ámbitos de la ciencia y la tecnología, así como la economía y otras disciplinas, eran las fábricas y los talleres. En sus anotaciones registró el siguiente comentario:

Los que gozan de tiempo libre difícilmente podrían encontrar una actividad más interesante e instructiva que el estudio de los talleres y fábricas de su propio país, que contienen en su interior una auténtica mina de conocimientos, demasiado desatendidos en general por las clases más acomodadas.
  • La curiosidad inacabable de Babbage, así como su disposición para aprender, le hizo valedor de toda clase de conocimientos que nadie antes había relacionado como él. Probablemente ello le condujo a concebir una máquina que se adelantó un siglo a su tiempo. Algunos de esos conocimientos eclécticos que Babbage adquirió en su deambular por fábricas y talleres los enumera James Gleick en el libro La información:

Se convirtió en todo un experto en la manufactura de los encajes de Nottingham; y también en el uso de la pólvora en las canteras de caliza; en el corte de precisión del vidrio con diamante; y en todos los usos conocidos de maquinaria para producir energía, ahorrar tiempo, y efectuar comunicaciones de señales. Analizó prensas hidráulicas, bombas de aire, contadores de gas, y terrajas. Al final de su gira sabía más que cualquier otra persona en Inglaterra sobre la fabricación de alfileres. Su conocimiento era práctico y metódico. Calculaba que medio kilo de alfileres necesitaba el trabajo de diez hombres y mujeres durante al menos siete horas y media, tensando, enderezando y afilando el alambre, enroscando y cortando las cabezas de los rollos, estañando y blanqueando el producto, y finalmente envolviéndolo. Calculó el coste de cada fase en millonésimas de penique. Y anotó que todo este proceso, una vez perfeccionado, tenía los días contados: un americano había inventado una máquina automática para realizar la misma tarea más deprisa.
  • Bajo esa premisa, la de ahorrar trabajo, concibió una máquina que ahorrara trabajo a nuestro cerebro: la máquina diferencial. El invento de marras estaba diseñado para tabular funciones polinómicas, que son imprescindibles para el desarrollo de las tablas trigonométricas esenciales para navegar. No se pudo construir, entre otras cosas, porque pesaba 15 toneladas y tenía más de 25.000 piezas mecánicas.

  • Babbage comenzó la construcción de su máquina, pero ésta nunca fue terminada. Dos cosas fueron mal. Una era que la fricción y engranajes internos disponibles no eran lo bastante buenos para que los modelos fueran terminados, siendo también las vibraciones un problema constante. La otra fue que Babbage cambiaba incesantemente el diseño de la máquina. El gobierno británico financió inicialmente el proyecto, pero retiró el financiamiento cuando Babbage repetidamente solicitó más dinero mientras que no hacía ningún progreso aparente en la construcción de la máquina. Con todo, de haberse construido en su época, hubiese sido la calculadora mecánica más avanzada del mundo, tanto por su rapidez como su fiabilidad.

  • La idea de la máquina diferencial era tan chocante para la época que incluso Babbage llegó a escribir esta anécdota al respecto:

En dos ocasiones me han preguntado: “Perdone, señor Babbage, si mete usted en la máquina cifras equivocadas, ¿saldrán las respuestas correctas?” En una ocasión me planteó la cuestión un miembro de la Cámara Alta y en otra un miembro de la Cámara Baja. Realmente no soy capaz de entender qué tipo de confusión de ideas pudo inducir a nadie a hacer semejante pregunta.

Pero hubo una persona que sí entendió las implicaciones de la máquina de Babbage. Hasta el punto de que quizá estaba más entusiasmado que el propio Babbage respecto a su construcción. Esa persona era una mujer, la hija del poeta más excéntrico de la época: Lord Byron. Su nombre: Ada Lovelace, la primera programadora informática de la historia. Os hablaré de ella en la siguiente entrega de esta serie de artículos sobre Babbage.

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