Una de tantas diferencias de base sobre las ideologías de derechas y las ideologías de izquierdas reside en la posibilidad de escalar socialmente si concurre el esfuerzo y el tesón.
Por un lado, los de izquierdas acostumbran a desear que las pirámides sociales sean flexibles y se propicien políticas que igualen las oportunidades, aunque admiten que esto no ocurre y la cúspide la representa una casta que no permite el acceso a extraños. Por el otro, los de derechas sostienen que mediante inventiva y sacrificio uno puede escalar lo que quiera, y en consecuencia quienes están en la base de la escala social merecen su suerte. No hay que compadecerse de ellos ni estimular políticas que los apoltronen en ese nivel social.
Estas dos posturas ideológicas representan bastante bien a Europa y a Estados Unidos. En Europa, en general, se cree que es más la suerte y las condiciones sociales de partida que el esfuerzo lo que define el éxito en la vida, y no se cree que los ricos merezcan su riqueza. Se cree que el mundo es injusto y por ello apuestan por impuestos altos y una redistribución de la renta agresiva, como ocurre, por ejemplo, en Dinamarca. En Estados Unidos se sostiene justo lo contrario. El sueño americano precisamente se nutre de esa idea.
En parte, las estructuras laborales propician estas cosmovisiones: en Estados Unidos es más fácil escalar socialmente que en Europa, pero a la vez en Estados Unidos hay muchas mayores desigualdades sociales que en Europa. ¿A qué se debe esta diferencia? Según Eduardo Porter, en Todo tiene un precio:
Que los europeos no crean que la renta y las oportunidades se distribuyen de manera justa probablemente tiene sus raíces en su pasado feudal, cuando la prosperidad nada tenía que ver con el esfuerzo y sí mucho con los orígenes.
El hecho de que en Estados Unidos se crea que el mundo es esencialmente justo de partida motiva a que la gente trabaje más, asuma más riesgos e invierta. Esta tendencia, además, podría verse reforzada por la diversidad racial americana, tal y como sostiene el sociólogo William Julius Wilson, que afirma que en 1970 los blancos estadounidenses se rebelaron contra el estado del bienestar porque consideraron que utilizaba unos impuestos ganados con esfuerzo para ofrecer a los negros servicios que no merecían.
En Estados Unidos es útil tener una fe optimista en una economía de mercado justo, pues alienta las inversiones que con toda probabilidad conducirán al éxito. En Francia, donde los impuestos sobre las rentas altas son más elevados y las prestaciones sociales para los que tienen rentas bajas más generosas, estas presunciones serían menos provechosas.
Posicionarse en uno u otro extremo de esta balanza ideológica es muy difícil si empezamos a analizar detalles uno a uno, pues todo parece tener sus pro y sus contras. Además, ambas posturas, en su forma extrema, producen infelicidad para los ciudadanos. Tal vez el secreto resida en bascular de una a otra postura en función de las circunstancias. Tal vez una postura es ligeramente mejor que la otra. Tal vez, finalmente, escoger una u otra postura tiene más de fe que de análisis racional, de predisposición biológica que de ponderación.
Sea como fuere, las estadísticas parecen sugerir que la visión europea produce mayor felicidad y estabilidad que la estadounidense, pues reduce la ansiedad y el miedo, y también provoca que necesitemos mucho menos prosperar materialmente para ser iguales o mejores que nuestros semejantes.
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