Independientemente de dónde establezcamos el estudio, las mujeres viven de 4 a 10 años más que los hombres. Esta diferencia de la esperanza de vida, además, ha ido aumentando con el tiempo.
Por ejemplo, en 1920, entre las norteamericanas de raza blanca, la esperanza de vida sólo superaba en 8 meses a la de los hombres blancos. Actualmente, la supera en 6,9 años. En el mismo año, los hombres norteamericanos de la comunidad negra vivían más que sus mujeres. Actualmente, las estadounidenses de raza negra viven 8,4 años más que los hombres de su misma raza.
Estas diferencias crecientes está creando un nuevo panorama demográfico y social: cada vez hay más viudas, cada vez más mujeres deben cuidar a sus maridos achacosos.
¿A qué se debe esta diferencia en la longevidad que, tal vez, debiera tenerse en cuenta en las vindicaciones por la igualdad de sexos?
En su etapa embrionaria, el macho humano ya manifiesta lo que parece una incapacidad congénita para aferrarse a la vida con tanto ímpetu como lo hace la hembra humana. Lo explica así Marvin Harris:
En el momento de la concepción los fetos de sexo masculino superan a los de sexo femenino a razón de 115 a 100, proporción que al nacer desciende, sin embargo, de 105 a 100, debido al superior número de muertes intrauterinas de los primeros. Los neonatos de sexo masculino parecen mostrar análoga debilidad ya que presentan tasas de mortalidad más elevadas que los de sexo femenino.
Pero ¿ésta es una prueba que demuestre las diferencias que existen en la esperanza de vida de hombres y mujeres? Los fetos y neonatos de sexo masculino, por su tamaño superior, deberían suponer un mayor desafío para el organismo materno que los de sexo femenino. Aunque todavía no se conocen bien los motivos concretos del desgaste natural de los embriones de sexo masculino, los partos difíciles con resultado de lesiones desempeñan un papel importante en relación con los mayores índices de abortos y de mortalidad perninatal del sexo masculino.
La tecnología médica está evitando estas diferencias en los primeros estadios de la vida.
Luego viene la cuestión de los cromosomas X e Y. Las mujeres tienen un par de cromosomas X, pero ningún Y. Los hombres, por el contrario, poseen un X y un Y. Esto conlleva un problema para los varones:
Las mujeres tienen un par de cromosomas X, pero ningún Y; los varones poseen un X y un Y. Al estar su cromosoma X emparejado con otro cromosoma X, las mujeres corren menor riesgo de sufrir consecuencias perjudiciales si un cromosoma X porta un gen defectuoso, ya que el otro X con un gen normal puede servir de «apoyo» y contrarrestar el defecto. Los varones con un gen defectuoso en sus cromosomas X e Y no emparejados carecen de este respaldo potencial. De ahí que padezcan con mayor frecuencia de enfermedades hereditarias ligadas al cromosoma X. La distrofia muscular, por ejemplo, la ocasiona un gen defectuoso en el cromosoma X.
Sin embargo, aunque mucho se desconoce aún de los cromosomas X e Y, no hay pruebas que avalen que ellos sean responsables de una diferencia de esperanza de vida que vaya más allá de una o dos semanas de diferencia.
¿Qué otras diferencias podrían estar implicadas entonces en la diferencia de longevidad en relación al sexo? Lo veremos en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Nuestra especie de Marvin Harris