Libros sobre el tema de la moral científica hay muchos. Pero me centraré en un pequeño ejemplo, casi una anécdota, para ir abriendo camino hacia ella. (Prometo, en sucesivos artículos, ahondar más en el asunto).
Imaginad que estáis con otras 20 personas, a las que sólo conocéis superficialmente, en una habitación en la que os ha reunido un filántropo excéntrico. Suponed que no podéis hablar entre vosotros y que se os da la posibilidad de elegir entre apretar un botoncito que hay frente a cada uno de vosotros o no hacerlo.
Si ninguno de los presentes aprieta su botón, el filántropo entregará 10.000 euros a cada uno. Pero si algunos lo aprietan, quienes lo hayan hecho recibirán 3.000 euros cada uno, y quienes no lo hayan apretado se irán con las manos vacías.
La pregunta es: ¿aprietas tú el botón para asegurarte los 3.000 euros o te abstienes, con la esperanza de que todos hagan lo mismo, para así poder ganar 10.000 euros cada uno?
Sea cual sea la decisión que tomeis en el caso anterior, se puede variar la cuantía de los premios o el número de participantes para hacer que vuestra decisión sea distinta. Así, si decidisteis apretar el botón, probablemente habríais decidido lo contrario si los premios hubieran sido 100.000 euros contra 3.000. Y si decidisteis no hacerlo, probablemente no os hubierais abstenido si los premios hubieran sido 10.000 euros contra 9.500.
Hay otras maneras de aumentar los premios. Si a todo esto le añadimos el factor miedo (por ejemplo que el filántropo siegue tu vida o la de otros según lo que escojas), las decisiones aún sufren más cambios.
Este dilema es una variante del Dilema del Prisionero. Y se emplea para demostrar que si uno mira por sí mismo corre el peligro de que le dejen plantado. El mejor resultado para todas las partes, consideradas colectivamente, se obtiene cooperando.
Pero si un individuo decide ser individualista y no cooperar es porque tiene miedo de que el otro también sea individualista o porque le tienta la posibilidad de aprovecharse del otro, ya que el otro actúa de buena fe. Pero si estas ideas individualistas se difunden, lo más probable es que todos los miembros salgan perdiendo.
Conseguir aplicar modelos como el Dilema del Prisionero a la convivencia social es todavía una utopía. ¿Cómo eliminamos el miedo de que se puedan aprovechar de nosotros? ¿Cómo minimizamos la ambición que, a la larga, pueda crear seres tan ambiciosos como nosotros? Pero, aún así, hay que empezar a prodigar cómo funcionan internamente las relaciones sociales para empezar a vislumbrar salidas de cooperación y altruismo que beneficien a la mayor parte de la sociedad, incluso a los individuos más egoístas.
Las ideas grandilocuentes, el palo y la zanahoria han surtido cierto efecto hasta ahora. Pero quizá vaya siendo hora de racionalizar y añadir más contenido matemático a los negocios legales y, por extensión, a cualquier tipo de intercambio. A la larga, todos saldremos beneficiados y mandaremos definitivamente a paseo al buen salvaje.
Más información | Wikipedia / El hombre anumérico