Solemos creer que muchos de nuestros vicios han sido inducidos por los medios de comunicación, las campañas de marketing o una mano negra que lo controla todo. Sin embargo, son vicios que probablemente vienen de fábrica, y los mencionados solo se aprovechan de ellos.
Por ejemplo, no existen los anuncios porque nos lavan el cerebro para comprar sin freno, sino que tendemos a comprar sin freno, y por eso existen los anuncios: para describirnos las cosas que podemos adquirir.
Esta idea puede resultar un poco chocante a primera vista. Las protagonistas de Sexo en Nueva York parecen el epítome del consumismo desbocado, la adicción a los caprichitos esencialmente inútiles pero muy vistosos, el paradigma de la superficialidad de los tiempos que nos ha tocado vivir. Sin embargo, esos rasgos se encuentran en prácticamente todas las culturas del mundo, y también en épocas pretéritas (obviamente, en el pasado se compraba menos porque había menos que comprar).
Un buen ejemplo de que las sandungueras protagonistas de Sexo en Nueva York corren por nuestras venas (incluimos también a los hombres, que gastan lo mismo en bienes de consumo conspicuo, aunque sean de otra naturaleza) es Ötzi, el Hombre de Hielo.
Ötzi fue encontrado en septiembre de 1991 por dos excursionistas alemanas, en un elevado glaciar en los Alpes del sur del Tirol, cerca de la frontera entre Austria e Italia. La datación del cuerpo reveló que Ötzi había muerto hacía unos 5.000 años. Era la primera vez que se encontraba un cadáver tan antiguo y tan completo, vestido y equipado con decenas de cosas. El hielo, en efecto, lo había conservado estupendamente (aunque era toda una rareza, porque los glaciares acostumbran a triturar y pulverizar los cuerpos que quedan atrapados en ellos, tal y como explica con su especial gracia Bill Bryson en su libro En casa):
los cuerpos que puedan estar atrapados en ellos quedan en general reducidos a moléculas. De forma muy ocasional, se alargan hasta adquirir medidas estrafalarias, como los personajes de dibujos animados después de ser aplastados por una apisonadora. Si el cuerpo no recibe oxígeno, puede sufrir un proceso conocido como saponificación, por el que la carne se transmuta en una sustancia de aspecto ceroso y maloliente llamada adipocira. Estos cuerpos adquieren un aspecto turbador y parecen haber sido esculpidos a partir de jabón, perdiendo con ello toda definición significativa.
Sin embargo, una serie de condiciones extremadamente favorables habían permitido que Ötzi se conservara de una forma espectacular (por cierto, le bautizaron Ötzi en honor al valle más próximo donde fue encontrado su cuerpo, el Ötzal).
Otro rasgo importante del hallazgo es que no estamos ante un enterramiento. En los enterramientos, los muertos suelen irse al Más Allá con regalos o con efectos personales extraordinarios. Lo que transportaba Ötzi simplemente era lo que llevaba en un día cotidiano por las montañas. Es decir, que podíamos saber con seguridad cómo se equipaban los alpinistas nacidos hace 5.000 años, antes de que se inventaran los anuncios o El Corte Inglés.
Os lo desvelaré en la próxima entrega de este artículo.