Si echamos un vistazo a los índices de homicidios de todos los países del mundo, encontraremos áreas con índices elevados y otras zonas con índices muy bajos, pero las cifras no nos sorprenderán. Ya estamos acostumbrados a comprobar que los lugares donde la gente es más cívica y cooperadora vive en ciudades donde las calles están limpias, como podéis leer en ¿Dónde hay más confianza entre las personas? En los lugares donde hay más ingresos y la calle está más limpia.
Sin embargo, hay un país donde las estadísticas chirrían: Estados Unidos. A pesar de ser una nación equivalente a Europa en muchos sentidos, sus índices de homicidios son mucho más elevados, sobre todo en algunos de sus estados. Algunos de esos estados, de hecho, se emparentan más con Albania y Uruguay que con democracias occidentales muy asentadas como Gran Bretaña, Holanda o Alemania.
¿Cuál es la razón? ¿Las armas? ¿La televisión? ¿Un gen específico para la violencia?
En primer lugar podemos descartar la televisión y las armas. La televisión americana no dista demasiado de la europea, y con Internet, la cosa aún está más mezclada. Y en el asunto de las armas, si restamos todos los asesinatos con armas de fuego y contabilizamos sólo los cometidos con cuerdas, cuchillos, tuberías de plomo, llaves inglesas, candelabros y demás objetos cotidianos, el índice de muertes violentas entre los estadounidenses es superior igualmente al de los europeos.
Para estudiar la violencia estadounidense, pues, hay que advertir que algunos estados sí son muy similares a Europa, como Nueva Inglaterra, Iowa, Montana o Minnesota. Son estados con índices de homicidios inferior a 3 por cada 100.000 habitantes al año. En el punto diametralmente opuesto, sin embargo, tenemos estados como Arizona (7,4), Alabama (8,9) o Luisiana (14,2). Para que os hagáis una idea de estas cifras, Uruguay tiene 5,3 homicidios por cada 100.000 habitantes y Jordania, 6,9.
Pero si acercamos la lupa al mapa a Luisiana, descubriremos lugares como el distrito de Columbia, con un índice de 30,8 homicidios, en la línea de los países centroamericanos más peligrosos, y también del sur de África.
Si buscamos alguna diferencia evidente entre estos epicentros de homicidios y el resto del país, descubriremos que son lugares donde vive una gran proporción de afroamericanos, tal y como señala el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro:
En Estados Unidos, la diferencia actual entre blancos y negros en cuanto a los índices de homicidios es marcada. Entre 1976 y 2005, el índice medio de homicidios entre los americanos blancos era de 4,8, mientras que el de los americanos negros era de 36,9. No es sólo que los negros sea detenidos y condenados con más frecuencia, lo cual indicaría que la brecha de la raza puede ser una observación engañosa de trato discriminatorio. Aparece la misma brecha en estudios anónimos en que las víctimas identifican la raza de sus agresores, y en estudios en que personas de ambas razas cuentan su propia historia de agresiones violentas.
Es decir, que los afroamericanos son más violentos, pero no todos los afroamericanos, sino los que viven en el Sur. Los afroamericanos del norte son menos violentos. De hecho, los blancos del sur también son más violentos que los blancos del norte. Es decir, que el problema parece ser educativo o cultural.
Tal y como explica Pinker:
Para una investigación sobre las causas, incluyendo la segregación económica y residencial, haría falta otro libro. Pero una de ellas, como hemos visto, es que las comunidades de afroamericanos de bajos ingresos eran efectivamente apátridas que se basaban en una cultura del honor (a veces denominada “código de las calles”) para defender sus intereses en vez de recurrir a los tribunales.
Para una comprensión más profunda de las implicaciones del código del honor en el comportamiento civil, os recomiendo repasar mi artículo sobre el tema: La cultura del honor: lo que pasa cuando te llaman gilipollas.
Si revisamos la historia de Estados Unidos, descubriremos que la misión civilizadora del gobierno nunca penetró en el Sur americano tanto como en el Nordeste del país. Es decir, que los americanos, sobre todo los del Sur y el Oeste, nunca terminaron de firmar un contrato social que otorgara al gobierno el monopolio del uso legítimo de la fuerza.
En buena parte de la historia americana, la fuerza legítima también la ejercieron pandillas, grupos parapoliciales, bandas de linchadores, policía privada, agencias de detectives o Pinkertones, y se solía considerar una prerrogativa del individuo. Según los historiadores, en el Sur este poder compartido ha sido siempre algo sagrado.