¿Quiénes son los ¡kung? Richard Lee, autor de The !Kung San: Men, Women, and Work in a Foraging Society y que convivió con esta tribu durante años. Durante ese tiempo, Lee registró 34 peleas a mano limpia sin consecuencias mortales entre los !kung.
En 14 de los casos fueron agresiones de hombres contra mujeres. Sólo 1 caso fue una agresión femenina hacia un hombre. Lee descubrió que antes de su trabajo de campo se habían producido unos 22 homicidios. Ninguno de los homicidas era mujer, pero sí dos de las víctimas.
¿Por qué son las mujeres en las sociedades cazadoras-recolectoras casi pero no del todo iguales a los hombres en los ámbitos de la autoridad política y la resolución de conflictos? Según Marvin Harris:
Creo que se debe al monopolio masculino de la fabricación y uso de armas de caza, combinado con las ventajas del varón en cuanto a peso, altura y fuerza muscular. Entrenado desde la infancia para cazar animales de gran tamaño, el hombre puede ser más peligroso y, por lo tanto, desplegar una mayor capacidad de coerción que la mujer cuando estallan conflictos entre ambos.
Por otro lado, comprobamos que en las sociedades más avanzadas las mujeres han sido tan guerreras como los hombres. Hay policías, guerrilleras, cadetes de academias militares. Miles de mujeres sirvieron en la revolución rusa y en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, las armas usadas en estas sociedades más modernas son armas de fuego, no armas accionadas por la fuerza muscular. En las sociedades más primitivas, la guerra tenía una gran importancia a la hora de estructurar jerarquías sexuales. La escasez de recursos provocaba conflictos entre aldeas, y eran los hombres los que eran entrenados para batallar, no las mujeres.
En las guerras más modernas las cosas fueron de distinta manera. Por ejemplo, durante el siglo XIX, el cuerpo de guerreras que lucharon por el reino africano occidental de Dahomey.
De los aproximadamente 20.000 soldados del ejército de Dahomey, 15.000 eran varones y 5.000 mujeres. Ahora bien, muchas de ellas no iban armadas y desempeñaban funciones no tanto de combatientes directos como de exploradores, porteadores, tambores y portaliteras. La élite de la fuerza militar femenina (integrada por unas 1.000 a 2.000 mujeres) vivía dentro del recinto real y actuaba como guardia de corps del monarca.
Las armas de estas mujeres que se batían con tanto arrojo como los hombres no eran lanzas ni arcos sino mosquetes y trabucos: las diferencias físicas entre sexos se reducían al mínimo. Además, el rey dahomey consideraba el embarazo de sus soldados de sexo femenino como una seria amenaza para su seguridad.
Dicho de otro modo: cuanto más intensa era la actividad bélica en las bandas y aldeas primitivas, mayores eran los padecimientos femeninos causados por la opresión del varón. El machismo aumenta en situaciones de guerra primitiva. Podéis ahondar un poco más en los entresijos de la violencia femenina en otros artículos que publicamos anteriormente en Genciencia: ¿Las mujeres son tan violentas como los hombres? (I) y (y II)
Actualmente, muchos conflictos entre sexos surgen de la distinta manera que ambos tienen de procesar el mundo. Sin embargo, estas diferencias, analizadas con objetividad, no lo parecen tanto. Por ejemplo, en otro post indagaremos lo qué pasaría si las mujeres gobernaran el mundo: ya hay ejemplos de ello, y los resultados son sorprendentes.
Por otro lado, la discriminación positiva que están recibiendo las mujeres en aras de equilibrar su posición en la sociedad origina un desequilibrio en sentido contrario: por ejemplo, socialmente se acepta la visión romántica del amor de una mujer pero se califica de machista o insensible la visión pragmática y sexualizada de un hombre, cuando ambas posturas no son más que diferentes estrategias reproductivas condicionadas por las respectivas limitaciones sexuales y reproductivas.
Para rematar esta idea, no puedo evitar transcribir un fragmento de una novela que aparecerá en los próximos días:
Porque al hombre se le reprocha que no piensa con la cabeza sino con el badajo, con el cerebro basculante, pero la mujer queda impune de pensar casi exclusivamente con su cerebro ventosa, succionador, esto es, con su vulva. Lo que sucede es que los intereses de la vulva no se circunscriben a mantener relaciones sexuales esporádicas sino en afianzar una relación, en poseer al hombre a todos los niveles a fin de que la deje en estado y, más tarde, se ocupe de su vástago con devoción y sacrificio. Ambos sexos pensaban con su ingle y la empleaban para sus respectivos fines. Pero tiene mejor prensa el comportamiento gazmoño, cándido, tan dulce que puede provocar hiperglucemia, de una mujer que al aire de matón o macarra gangsteril de un hombre. Ambas posturas son exageraciones de una misma personalidad con idéntica meta: atraer al sexo contrario. Las primeras mediante su indefensión infantil; los segundos mediante su capacidad de dispendiar protección. Se ningunea, pues, los ardides del pene para entrar en la vagina, pero no los de la vagina para que el pene entre, deposite su semilla y no se separe más de ella hasta que el vástago originado entre ambos haya madurado (por ello el enamoramiento también poseía fecha de caducidad biológica, en aras de cumplimentar este objetivo reproductivo).
Vía | Nuestra especie de Marvin Harris y Venus Decapitada de Sergio Parra