Una vez visité un pueblo de Huelva de cuyo nombre, como el Quijote, no quiero acordarme. Fue hace pocos años, pero allí el tiempo parecía haberse detenido como en una postal con los bordes amarillentos. Me encontré con una anciana vestida de negro, de expresión hosca y mirada perdida. Apenas debía pesar cuarenta kilos, y aún gracias que fumaba un puro que pesaba un par más.
Al detectarme con su radar, la vieja vino a mi encuentro como impulsada por un resorte, me agarró del hombro clavándome las uñas y me espetó: “¿Tú de quién eres, niño?”, con una voz acezante capaz de atemorizar al más pintado. A mí me habían enseñado que a esa pregunta tan concreta se debía responder con: “Yo soy de María Chibero Chamusquina de la calle Las Huertas, antigua calle de El Levantamiento” (por ejemplo). Si no te clasifican de ese modo, entonces te conviertes en un forastero.
Pues las grandes civilizaciones del mundo también se pueden clasificar de un modo similar, aunque atendiendo a si su historia ha estado dominada por el arroz, el trigo o el maíz.
Pero primero echemos un vistazo a las características fundamentales de cada uno de estos tres granos que han servido para alimentar el mundo:
Arroz: es rico en proteínas pero extremadamente difícil de cultivar. Hasta el punto es difícil que algunos han atribuido la especial capacidad de sacrificio de los pueblos asiáticos (y sus competencias asombrosas en el ámbito de las matemáticas), en parte, al cultivo de arroz, tal y como os expliqué en Las matemáticas son fáciles? si trabajas duro: el TIMSS y en ¿Se trabajaba más antes que ahora? Arrozales chinos VS Agricultura europea
Trigo: es muy fácil de cultivar, pero es pobre en proteínas.
Maíz: posee lo mejor de los dos mundos, pues es fácil de cultivar y muy rico en proteínas. Cultivada por el ser humano durante milenios para obtener granos cada vez mayores, el maíz produce más alimentos por hectárea que cualquier otra planta de la Tierra.
Es decir, que los historiadores, al clasificar las civilizaciones en función del uso de uno de estos tres granos para alimentarse permite clasificarlas en una relación trabajo/proteína que ha influido hasta límites insospechados en dichas civilizaciones, tal y como explica Chris Anderson en su libro Gratis:
Cuanto más alta era esa relación, mayor “excedente social” tenía la gente que comía ese grano, ya que podían alimentarse con menos trabajo. El efecto de esto no siempre fue positivo. Las sociedades del arroz y el trigo tendían a ser culturas agrarias, centradas en sí mismas, tal vez porque el proceso de cultivar las cosechas les robaba demasiada energía. Pero las culturas del maíz (los mayas, los aztecas) tenían tiempo libre y energía de sobra, que empleaban a menudo en atacar a sus vecinos. Si nos guiamos por este análisis, la abundancia de maíz convirtió en guerreros a los aztecas.
Hoy, sin embargo, usamos el maíz para muchas otras cosas además de la comida. De hecho, lo empleamos para muchísimas cosas. Un cuarto de todos los productos que encontramos hoy en día en un supermercado medio contienen maíz; y lo mismo sucede con los productos no alimentarios, desde la pasta de dientes y cosméticos a los limpiadores de pañales desechables. Incluso se usa para fabricar combustible para nuestros coches en forma de etanol. Todo ello ha ido provocando que el maíz, a su vez, esté subiendo de precio, tal y como ocurre con el petróleo.
Así es la omnipresencia del maíz. Hasta el punto de que si ahora nos preguntamos de quiénes somos, deberemos responder a la vieja siniestra que somos de la familia Maíz, tal y como señalaba Michael Pollan en The Omnivore´s Dilemma:
Las alas de pollo son un montón de maíz: lo que puedan tener de pollo es maíz con el que se ha alimentado al pollo, pero lo mismo sucede con los otros ingredientes, como el almidón de maíz modificado que lo aglutina todo, la harina de maíz en la mezcla para rebozar, y el aceite de maíz con que se fríen. Menos evidentes son las levaduras y la lecitina, los mono-, di- y triglicéridos, el atractivo color dorado, e incluso el ácido que mantiene frescas las alas de pollo, aunque todos ellos pueden derivarse del maíz.