Cuando lanzamos un satélite al espacio en realidad no está en el espacio exterior, sino en una región de la atmósfera terrestre que es mucho menos densa. A efectos prácticos, casi no existe la atmósfera. Pero solo casi.
A varios cientos de kilómetros de altura de la superficie terrestre todavía quedan algunas moléculas de aire que bastan para frenar un poco los satélites que circulan a esa altura.
Tal y como lo explica Florian Freistetter en su libro Un cometa en la coctelera:
Es un problema que afecta sobre todo a los satélites de espionaje, que no deben alejarse demasiado de la Tierra porque lo que se pretende con ellos es obtener fotografías de la máxima resolución. A una altitud de unos 200 kilómetros por encima de la superficie, la atmósfera terrestre sigue siendo suficientemente densa para frenar un satélite hasta hacerlo caer de nuevo al cabo de pocos días. Por esta razón, estos satélites no suelen desplazarse sobre una trayectoria circular, sino fuertemente elíptica.
A alturas superiores, los satélites tampoco quedan a salvo de este problema, aunque sea en menor medida. Echemos un vistazo a la Estación Espacial Internacional (ISS), que se encuentra a una altitud que oscila entre 300 y 400 kilómetros. Debido a la fricción las moléculas de aire, la ISS desciende de 50 a 150 metros diariamente.
A ese ritmo de descenso, en menos de un año ya estaría en la superficie de la Tierra. Por eso, cada vez que llega una nave a la ISS, se aprovechan sus motores para empujar la estación a mayor altura.
El problema de las moléculas del aire se minimiza hasta el punto de que los satélites ya no se frenan cuando estos se hallan a una altura superior a los mil kilómetros.
Si dejamos de lado la resistencia del aire, los satélites que rodean la Tierra se comportan exactamente del mismo modo que los planetas. La órbita de los cuerpos celestes artificiales alrededor de la Tierra se ajusta a las leyes de Kepler, en particular la tercera ley: cuanto mayor es la distancia media entre la Tierra y el satélite, tanto más tiempo requiere este para dar una vuelta entera.
Llegados a cierta altura, el satélite se desplazará a la misma velocidad de rotación que la Tierra, de modo que siempre estará fijo en el mismo punto del cielo. Es lo que se llama órbita geoestacionaria, y ésta se encuentra a 35.786 kilómetros de altura. A esa altura, por ejemplo, están los satélites de televisión, como los Astra o Eutelsat.
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