Si elevamos la vista en una noche nocturna relativamente despejada nos sorprenderá la miríada de puntos titilantes que podemos contar. Sin embargo, son pocos si tenemos en cuenta el conjunto de estrellas que podemos contar en todo el universo. Se estima que hay, aproximadamente, 300.000.000.000.000.000.000.000 estrellas.
Empleando solo combinaciones de letras pronunciables, ¿hasta qué punto podremos usar palabras para bautizar todas las estrellas sin que tales nombres no alcancen una longitud que dejaría en ridículo la palabra más larga en idioma alemán?
A esta pregunta tan extravagante responde con su característica gracia el divulgador Randall Munroe en su libro ¿Qué pasaría si…?:
Si para construir una palabra pronunciable necesitas alternar vocales y consonantes (hay otras formas de construir palabras pronunciables, pero esta nos servirá para una aproximación), entonces cada par de letras que añades te deja nombrar 105 veces más estrellas (21 consonantes por 5 vocales). Pues que los números tienen una densidad de información similar (100 posibilidades por carácter), esto sugiere que el nombre acabará siendo como el número de estrellas.
En otras palabras, si le ponemos nombre a todas las estrellas del universo, mencionar algunas de ellas nos llevará tanto como leer una buena cantidad de libros en voz alta. Ello nos permite asimilar un poco mejor hasta qué punto el universo tiene un tamaño difícil de imaginar. Ni siquiera somos capaces de bautizar con nuestro lenguaje un número de estrellas para evitar atragantarnos.
Natalie Angier lo describe mucho más elocuentemente que yo en El canon:
O bien, intentémoslo con el cuenco estrellado del cielo del desierto y tengamos en cuenta que, por numerosísimo que nos parezca el proscenio que tenemos sobre nuestras cabezas, estamos contemplando a simple vista sólo unas 2.500 estrellas, de los 300.000 millones que pueblan nuestra Vía Láctea, y que tal vez existen otros 100.000 millones de galaxias en el Universo, más allá de nuestra vista.
En ese sentido hay varias empresas que prometen, previo pago, que le pondrán el nombre que tu escojas a una estrella, y en algunos casos incluyen un registro internacional basado en el catálogo Hipparcos (llamado así por el satélite con el mismo nombre). Sin embargo, como explica Miguel Ángel Sabadell, estos servicios son un timo:
Los astrónomos las llevan catalogando desde hace años y les ponen el nombre del catálogo, como HR 2491. Éstos son los únicos nombres oficiales. Si usted decide regalarle una estrella a su amado sepa que jamás será su nombre oficial. Por mucho que esas empresas publiquen un libro con la relación de nombres y lo envíen a la famosa Biblioteca del Congreso de EE UU o lo guarden en una caja de seguridad en Suiza. El nombre no saldrá de ahí.
Imágenes | Pixabay
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