Viajar es como el elixir de la eterna juventud. El tiempo subjetivo parece pasar más lento y las experiencias que acumulamos equivalen a varias vidas de sendentarismo y monotonía.
A nivel científico, viajar también tiene implicaciones temporales, aunque sean más pequeñas, casi imperceptibles. Gracias a Einstein, hoy sabemos que el tiempo es relativo. Y esta idea se ve muy bien ilustrada por una célebre historia.
Imaginad a un hombre que le dice a su esposa que va a pasear el perro. La esposa se queda en casa. El hombre pasea al perro y el perro brinca y mueve la cola de alegría. Al volver a casa, algo les ha pasado a los tres.
Tras el paseo con el perro, resulta que el hombre ha envejecido menos que la mujer, el perro ha envejecido menos que el hombre… y la cola del perro ha envejecido menos que el propio perro, pues no dejaba de agitarse.
Con la velocidad a la que se movía cada cuerpo, la diferencia, por supuesto, no es susceptible de medición. Pero en esencia el tiempo no ha transcurrido de la misma manera para la esposa, el hombre, el perro y su cola.
Si de verdad queréis notar los efectos relativistas en vuestras carnes, entonces quizá deberíais hacer un viaje más largo por el espacio exterior. Al regresar, para vosotros habrán pasado unos meses y para el resto de la humanidad, años, quizá siglos. Todos vuestros parientes y amigos habrán muerto y vosotros aún gozaréis de una lozanía envidiable. Este hecho se ve forzado al máximo en una célebre novela de ciencia ficción, La guerra interminable, de Joe Haldeman.
Pero si queréis vivir realmente una eternidad, entonces deberéis coger vuestro cohete espacial y dirigiros a las proximidades de un agujero negro, un objeto astral de una densidad inimaginable (toda la masa de la Tierra concentrada en un cubo de un centímetro de lado).
La masa de un agujero es tan elevada que el espaciotiempo está extremadamente curvado en su cercanía. Si finalmente el agujero nos succionara, la caída sería finita, por supuesto. Pero para un observador situado lo bastante lejos como para que el agujero negro no curve su espacio, la caída, según constata él, dura un tiempo infinito.
Por fin, pues, el ansiado elixir de la eternidad. Aunque la eternidad de uno corresponda a unos pocos minutos del otro.
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