¡A ponerse en forma! Lo que pasa cuando hacemos ejercicio (y III)

Un escaneo de lo que ocurría cada mañana en mi cuerpo cuando salía entrenar en bicicleta podría resumirse de la siguiente manera: me monto en la mountain bike, pongo en marcha mi reproductor de mp3 para dejarme envolver por la música y empiezo a pedalear lentamente por el paseo marítimo.

El sol me baña con su luz, el mar está tan espejado como una de esas bolas horteras de las discotecas de los años 80, las cosas se desplazan cada vez a mayor velocidad, quedándose siempre atrás, como si mi bicicleta fuera una máquina para viajar al futuro, y mi provenir estuviera instalado en el horizonte.

Entonces, a los pocos minutos, se activa el sistema nervioso simpático, las glándulas suprarrenales segregan adrenalina, el corazón late más deprisa, aumenta la ventilación pulmonar, el metabolismo se acelera, la presión sanguínea se eleva, las arterias musculares se dilatan para multiplicar su riego sanguíneo, el hígado libera más glucosa.

Todo el cuerpo cambia, muta, como embestido por un tsunami neuroquímico.

Al principio, toda esta transformación es dolorosa, fatigosa, parece incluso que vaya en contra de tu propia naturaleza. Pero a medida que la repetía cada mañana, sé que mis glóbulos rojos estaban aumentando su número día a día, que mi tensión arterial en reposo era más baja, que mis niveles de azúcares estaban mejor regulados, que los huesos se hacían más fuertes como consecuencia del aumento de la presión a la que los sometía los músculos.

Pero no todo se queda en lo obvio. Estudios recientes indican que esta transformación también impacta en el cerebro.

Por ejemplo, según un estudio de la Universidad de Columbia dirigido por Scott Small y Ana Pereira, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Science, el ejercicio estimula el nacimiento de nuevas neuronas en la región cerebral del hipocampo, una zona relacionada con la memoria y el aprendizaje.

Ya lo intuían los que decían aquello de mens sana in corpore sano, pero ahora la neurociencia lo confirmaba. El ejercicio aeróbico regular, además, no es sólo beneficioso para el cerebro sino que retrasa el envejecimiento. Para que los efectos sean reales, pues, había que correr, practicar entrenamiento cardiovascular moderado, y no sólo hacer estiramientos o ejercicios de tonificación. Hay que bombear el corazón e hinchar los pulmones, y entonces el cerebro también se reactiva.

Cruzado el umbral de los primeros 15 minutos, la radiografía de mi cuerpo revelaría que entonces, y sólo entonces, mis músculos ya han agotado las reservas de azúcares que guardan en su interior y que he empezado a quemar mi otra fuente de energía: las grasas. La cintura comienza a rebajar centímetros. También es a partir de este punto en el que el cuerpo empieza a ganar resistencia.

En general se recomiendan 30 minutos de actividad moderada 5 días a la semana: caminar a buen ritmo, bailar, pasear en bicicleta. O, como alternativa, 20 minutos de actividad intensa 3 días a la semana: deportes de competición, correr, bicicleta intensa.

Y ahora la fuente de mi optimismo y me energía mental. Durante mis pedaleos por el paseo marítimo, además de todo lo anteriormente apuntado, mi cerebro también segrega unas endorfinas que provocan sensación de bienestar. Un chute neuroquímico que te hace volar. Desde la neurociencia es bien sabida la capacidad del cerebro para producir drogas de forma natural, un tipo de drogas que no serían detectadas jamás en un control antidopaje (ni siquiera en un control de carretera un viernes por la noche).

La palabra endorfina significa “morfina interior” y es una sustancia muy poderosa. Como explica Steven Johnson en su libro La mente de par en par:

Los periódicos, revistas y programas de radio desbordaron de noticias sobre esta “euforia natural” del cerebro. Y, sin duda, el aumento del interés –hará ya unos veinte años- por ir al gimnasio y salir a correr debe su existencia en parte al descubrimiento de que estas poderosas sustancias químicas se segregaban durante actividades extenuantes. La gente no se pone en forma simplemente porque es beneficioso a largo plazo. Se pone en forma porque hacer ejercicio le sienta bien, y su cerebro recuerda esa sensación.

Vía | La mente de par en par de Steven Johnson

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