La elección del emplazamiento de un abejorro no es una elección aleatoria de las abejas. Más bien parece una elección sumamente reflexiva donde se tienen en cuenta muchas variables. Además, la elección se toma colectivamente, como editores de Wikipedia.
Pero ¿cómo consiguen miles de abejas ponerse de acuerdo sobre una decisión tan importante? ¿Democracia? ¿Dictadura? No, más bien todo se trata como un mercado de valores.
Cuantas más abejas decidan unirse a determinadas danzas, más atención generará en el resto de abejas. El detalle del proceso fue analizado por dos investigadores, Thomas Seeley (Universidad de Cornell) y Kirk Visscher (Universidad de California en Riverside), que se trasladaron a la isla de Appledore, cerca de la costa sur de Maine, junto a media docena de colonias de abejas.
Tras preparar un enjambre para que fuese en busca de un nuevo nido, situaron cinco cajas de contrachapado de las que se emplean para la cría de abejas a la misma distancia: cuatro de ellas eran malas elecciones para un nuevo nido, mientras que la quinta era un lugar ideal, tal y como explica Peter Miller en su libro La manada inteligente:
La ventaja de la quinta caja respecto a las demás era que ofrecía a las abejas una cantidad ideal de espacio habitable: casi treinta y ocho litros de capacidad frente a los poco más de catorce de las demás cajas, un volumen insuficiente para almacenar la miel, criar a la prole y cubrir el resto de las necesidades de una colonia en expansión.
Para descubrir cómo decidían el lugar idóneo, los investigadores no solo registraron en vídeo el movimiento de todas las abejas, sino que todas ellas, las 4.000 que componían cada enjambre, fueron identificadas con pequeños discos numerados dispuestos en el tórax, así como gotas de pintura en el abdomen.
La clave resultó ser la manera brillante en que las abejas sacaban partido de su “diversidad de conocimiento”, el segundo principio más importante de una manada inteligente. (…) Si mandaban a cientos de exploradoras al mismo tiempo, cada enjambre recogía una información considerable acerca de los alrededores y las cajas para los panales y además lo hacía de forma distribuida y descentralizada. Ninguna de las abejas intentó visitar las cinco cajas para determinar cuál era mejor, ni mostraron sus hallazgos ante un comité ejecutivo para que éste tomara la decisión final como harían los trabajadores de una empresa. En lugar de eso, cada exploradora, centenares de ellas, proporcionaba una información única acerca de las diversas ubicaciones a todo el grupo.
Si una exploradora quedaba impresionada por la danza de otra congénere, podía darse el caso de que volara hasta el lugar en cuestión para comprobar sus virtudes y llevar a cabo su propia inspección, algo que podía tardar hasta una hora. Lo que nunca haría sería seguir ciegamente la opinión de otra exploradora y danzar a favor de una ubicación sin haberla visto antes.
Cuantas más visitas, más “votos” para la ubicación. A medida que más abejas optaban por la mejor caja, disminuía progresivamente el número de exploradoras que abogaban por el resto. Cuando se alcanzaba cierto consenso democrático, las exploradoras emitían una señal especial llamada “el trinar de las obreras”. Este consenso se conseguía cuando había determinado número de abejas en la entrada del nuevo hogar: el umbral para el consenso era de 15.
No es un número baladí: para reunir a tantas abejas en la entrada era necesario que 150 exploradoras cubrieran el trayecto de ida y vuelta entre la caja y el enjambre principal.
Esta clase de elección por conocimiento colectivo también se observa en las hormigas, y sirve para resolver con facilidad el célebre problema del viajante. Bien, en realidad no son hormigas reales, sino virtuales. Podéis leer la historia aquí: Podrías dedicar toda tu vida a escoger el mejor itinerario para estas vacaciones, así que pregúntale a una hormiga.
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