Cuando estamos sentados o tumbados, o sencillamente de pie sin movernos, inspiramos y espiramos aproximadamente unas 16 veces por minuto, inhalando ocho cuartas partes de aire. Sin embargo, en cuanto aceleramos el paso, la necesidad de aire se incrementará en quince o veinte veces.
¿Cómo sabe el cuerpo cuando está bajo de oxígeno y necesita respirar más deprisa?
A pesar de que parece una pregunta tonta, durante décadas se ha buscado una respuesta esquiva. Fue recientemente cuando bioquímicos de la Universidad de Virginia hallaron un posible sensor de oxígeno: el óxido nítrico (SNO).
Al parecer, el cuerpo fabrica este gas en sus propias células para llevar a cabo diversas funciones, desde el control de la musculatura del tracto gastrointestinal hasta la dilatación de los vasos sanguíneos. Ahora el SNO también podría ser el transmisor que permite a la sangre comunicarse con las regiones del cerebro que controlan la respiración. Abunda en ello Jennifer Ackerman en su libro Un dia en la vida del cuerpo humano:
El óxido nítrico es el gas que se genera durante una tormenta eléctrica y que es conocido por ser el que mejor reacciona con el ozono para crear smog (niebla tóxica) (…) Me encanta esta idea de que un gas nacido de los relámpagos también desencadene la rápida respiración necesaria para llevarnos de vuelta al despacho sin tocar el suelo.
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