Nuestro cerebro tiene propensión a pecar. Es algo natural, instintivo, viene de serie. Es lo que acaba de sugerir un estudio de la Universidad de Nothwestern (EEUU). Los siete pecados capitales están enredados en nuestro cableado neuronal.
El estudio me parece un poco obvio: las prescripciones morales se imponen para controlar, gestionar o incluso frenar las predisposiciones naturales (porque no siempre lo natural es bueno, y mucho menos en todos los contextos). Por ejemplo, la gula está provocando una epidemia de obesidad en Estados Unidos, y la gula no es más que el instinto de alimentarse con productos grasos a fin de sobrevivir a épocas de escasez… o a la persecución de un depredador.
Sólo nuestros antepasados aquejados del pecado de la gula lograron sobrevivir y transmitir genéticamente su gula. El pecado de la gula salvó a nuestra especie, aunque ahora sea un problema con tantos bollycaos en el supermercado.
Lo mismo sucede con la lujuria, que según otros estudios nos orienta hacia la procreación. En el estudio se mostraba a los sujetos diversas escenas de películas eróticas que eran proyectadas en una pantalla situada en la parte posterior del escáner y debían visualizarlas a través de un espejo mientras eran monitorizados con dicho escáner.
La resonancia resultante reflejaba que el sistema límbico, encargado de procesar respuestas fisiológicas frente a estímulos, se activaba cuando veíamos algo que nos gusta. La lujuria permitió que en épocas donde la supervivencia estaba en peligro nos reprodujéramos a gran velocidad.
¿Y la pereza? Según Adam Safron, uno de los autores del estudio:
Nunca teníamos la certeza de cuándo volveríamos a ingerir una comida sustanciosa. Así que, si era posible, descansábamos. Las calorías que no quemábamos mientras llevábamos a cabo actividades, las podíamos usar para procesos corporales de crecimiento o de recuperación.
La envidia y la soberbia, tras los análisis del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón y la Universidad Motclair State, respectivamente, se sugiere que son emociones dolorosas o que producen consecuencias dolorosas en quienes las padecen.
La Universidad de New South Wales, en Australia, realizó un estudio sobre la ira. Algunos de los participantes del estudio partían con una predisposición derivada de su personalidad. En los depresivos y proclives a guardar rencor, la corteza prefrontal medial se activaba. Esto podría tener relación con la evolución ancestral del cerebro que se vio afectada por el entorno.
El caso de la avaricia, sin embargo, todavía no dispone de estudios cerebrales, y según un estudio de la Northwestern, podría ser una emoción más condicionada que el resto por el aprendizaje y el entorno.
Vía | Eco Diario