Los ritmos circadianos del cuerpo se originan en el sistema nervioso central, que es el que provoca cambios regulares en la formación de orina, la temperatura corporal, el ritmo cardíaco, el consumo de oxígeno, la división celular y las secreciones de las glándulas endocrinas.
Así pues, el cuerpo humano se parece bastante a un termostato en el sentido de que es un gran sistema homeostático complejo, que emplea una intrincada red de mecanismos que se retroalimentan para mantenerse estables en medio de situaciones que cambian de forma dinámica.
El cerebro se encarga de mantener a muchos de estos mecanismos de retroalimentación, ya que coordina los estímulos externos recibidos por los órganos sensoriales y responde provocando las acciones corporales apropiadas.
Sin embargo, nuestros ciclos del sueño dependen de la retroalimentación negativa, porque los ritmos circadianos humanos son de 25 horas. Se ignora aún por qué, después de millones de años de vida en un mundo con días de 24 horas, el reloj biológico se atrasa esa hora.
De este modo, debe ser el mundo exterior el que, a diario, pone en hora nuestro reloj biológico, ya sea detectando patrones de luz y oscuridad o, de manera más sutil, percibiendo el cambio del campo magnético de la Tierra, que cambia con la rotación del planeta.
Sin esa retroalimentación negativa que sincroniza nuestros ritmos circadianos, dormiríamos durante un día entero dos semanas de cada mes a causa de esa hora extra de nuestro cuerpo.
Vía | Sistemas emergentes de Steven Johnson