Una vez se llevó a cabo un experimento para demostrar que las ratas pensaban. Y no, no se trataban de ratas hermanas de Algernon, el roedor superdotado de Flores para Algernon. Tampoco eran parientes de los roedores que eran dueños del universo en Guía del autoestopista galáctico. Y menos aún una mutación de Mickey Mouse.
En el experimento, la rata tenía que correr a lo largo de un pasillo, pasando por delante de una serie de puertas pequeñitas (escala rata), en cada una de las cuales había un símbolo diferente (por ejemplo, una cruz, un triángulo o un círculo). Las puertas permitían que la rata accediera a una estancia con comida.
Todas las puertas excepto una tenían el mismo símbolo, y todas las puertas que tenía el mismo símbolo estaban cerradas; sólo la puerta que tenía el símbolo diferente podía ser empujada y abierta para acceder a la recompensa en forma de pitanza.
La idea era que la rata aprendiera a fijarse en los símbolos, hasta aprender qué símbolos eran los que le facilitaban comida y qué símbolos no lo hacían. Sin embargo, al final de cada intento, el experimentador cambiaba los símbolos de las puertas, así que la rata tenía que empezar de nuevo.
Con este añadido, se aseguraba que la rata aprendiera una lección compleja, tal y como refiere Robin Dumbar:
Si la elección es entre un conjunto de círculos y un triángulo, elige la puerta con el triángulo; si en la siguiente prueba lo ofrecido es un conjunto de triángulos y un cuadrado, elige la puerta con el cuadrado, y así sucesivamente.
El resultado del experimento fue sorprendente: las ratas se comportaron mostrando una extraordinaria exactitud y resolviendo el problema correctamente una y otra vez. Las ratas, pues, eran capaces de aprender reglas abstractas. Lo cual demostraba que los animales no sólo eran máquinas: ¡podían pensar!
Sin duda, el experimentador hubiera recibido el Premio Nobel por su trabajo… si realmente hubiese sido tal y como fue planteado. Porque, al emitirse las grabaciones en vídeo del experimento en diferentes clases, alguien detecto algo raro por casualidad.
Al pasar la película hacia atrás a cámara lenta, se observaba que lo que estaba haciendo la rata era correr a lo largo del pasillo a gran velocidad, golpeando cada puerta con su pata trasera según pasaba delante de ella. Tan pronto como llegaba a una puerta que cedía levemente al ser golpeada, se paraba y entraba por ella.
Desafortunadamente, las imágenes de vídeo no engañaban, a pesar del optimismo con que los ojos del investigador registraron el experimento.
Los símbolos de las puertas eran por completo irrelevantes: las ratas habían encontrado otra forma de resolver el problema. (…) Un siglo de experimentos con ratas ha demostrado ampliamente a los psicólogos que éstas pueden burlar a los humanos en cualquier momento.
Vía | El miedo a la ciencia de Robin Dunbar