El extraño conocimiento en biología animal que se tenía en la Antigua Roma

Qué duda cabe que en la Antigua Roma se hicieron espectaculares progresos en el conocimiento del mundo, sin embargo, junto al conocimiento sistematizado, se mezclaban también mitos y supersticiones que dieron como resultado unas afirmaciones cuando menos estrambóticas.

Si nos centramos en algunas afirmaciones que se llevaron a cabo a propósito de la biología animal, entonces podemos echarnos unas risas desde la perspectiva histórica que nos dan los siglos.

Abejas rey

Por ejemplo, los romanos creían que las abejas reinas en realidad eran abejas reyes, y que recogían la miel, la principal fuente de azúcar en la Antigüedad, como si fuera una especie de rocío. Y no era la única creencia errónea sobre las abejas, como explica J. C. McKeown en su libro Gabinete de curiosidades romanas:

Estaba muy difundida la creencia errónea de que las abejas podían generarse del cadáver de un buey matado a golpes y abandonado para que se pudriera. A ningún agricultor antiguo se le habría ocurrido malgastar una res para obtener un enjambre de abejas, pero Virgilio describe prolijamente todo el proceso en el Libro IV de las Geórgicas.

Respiración de cabras

Varrón, en De las cosas del campo, o Plinio, en Historia natural, afirmaban que las cabras respiraban por las orejas. Un poema griego de principios del siglo III, los Cynegetia, afirma que las cabras salvajes respiran a través de un canal que tienen entre los cuernos y que puede ahogárselas untándoles los cuernos con cera.

Piel de mar

También Plinio tiene una concepción muy poética sobre las pieles de las focas, tal y como escribe en Historia natural:

Cuentan que las pieles de las focas, incluso cuando han sido arrancadas del cuerpo, retienen la sensación del mar y se erizan al retirarse la marea.

Serpientes borrachas

Se llegó a creer que las serpientes tenían predilección por el vino. Hasta el punto de que Aristóteles escribió, en Historia de los animales, que las víboras pueden cazarse cuando están beodas de vino, y que se les ponía en cascotes de vasijas de cerámica junto a los muros de piedra para ello.

Fuego y piedras preciosas

Las salamandras podían apagar incendios, según cuenta Aristóteles en Historia de los animales. Suena sobrenatural, pero hemos de tener en cuenta que en esta época se creía en la existencia de dragones, tal y como escribió Plinio en Historia natural:

La piedra preciosa llamada dracontitis o dracontias procede del cerebro de los dragones; pero esta gema solo se forma si se les corta la cabeza cuando aún están vivos, porque la rabia del animal que se siente morir impide su formación.

De lo que se come, se cría

Galeno aseveraba que quien se alimenta de carne de caballo o de asno debería ser un verdadero asno, tal y como refiere en su libro Sobre la dieta de adelgazamiento. Aunque la carne de caballo era muy apreciada en muchos países de la Europa moderna, ni los romanos ni los griegos la comían, salvo en circunstancias extremas.

Generación espontánea

Aristóteles no dudaba en admitir el surgimiento de la vida mediante la generación espontánea. Como el hecho de que una ballena o un perro sugiera de la nada era un poco difícil de digerir, Aristóteles limitaba la generación espontánea a bichitos de poca monta, pequeños y de poca relevancia, procedentes del agua, la arena y el barro. El sol o el calor, entonces, infundían vida a moléculas que antes eran inanimadas.

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