Viajemos hasta el año 1668. Por aquel entonces, el filósofo y matemático francés Edme Mariotte descubrió algo totalmente inesperado, por primera vez en la historia, relativo a nuestros ojos. Concretamente algo que tenía que ver con nuestra retina.
Lo que descubrió Mariotte es que hay una parte de tamaño considerable de nuestra retina que no tiene células fotorreceptoras, es decir, está ciega. Este descubriendo resultaba particularmente traumático, porque si al mirar nadie de nosotros ve un punto ciego, como borrado, ¿entonces qué ocurría? ¿Tal vez nuestra mente rellena ese vacío de pura imaginación? ¿No vemos realmente lo que existe?
En estas lucubraciones quedó entregado Mariotte, pues era la primera evidencia que se tenía de que, en efecto, en nuestra visión hay un “punto ciego". Para demostrarlo basta con cerrar el ojo izquierda y mantener el derecho fijo en el signo más de la ilustración que viene a continuación.
Al acercar y alejar lentamente la cabeza hacia el dibujo el punto negro desaparecerá (probablemente cuando la pantalla está a unos treinta centímetro de vuestra cara). No podéis ver el punto negro porque éste coincidirá con vuestro punto ciego.
Y Mariotte fue el primero en darse cuenta, tal y como explica el neurocientífico David Eagleman en su libro Incógnito:
¿Por qué, pues, nadie había observado ese agujero en la visión antes de Mariotte? ¿Cómo es posible que mentes tan brillantes como la de Miguel Ángel, Shakespeare y Galileo vivieran y murieran sin detectar ese hecho básico de la visión? Una de las razones es porque tenemos dos ojos, y los puntos ciegos son distintos y no se solapan; eso significa que con los dos ojos abiertos se cubre completamente la escena.
En pocas palabras, no percibimos lo que hay a nuestro alrededor, sino lo que nuestro cerebro reconstruye para nosotros. Cuando el punto negro coincide con nuestro punto ciego, en su lugar no percibimos un agujero de blancura o negrura, lo que ocurre es que el cerebro se inventa un dibujo de fondo. El cerebro, al no recibir información de ese lugar concreto del espacio visual, lo rellena con lo que lo rodea.
No es extraño que tengamos un punto ciego si tenemos en cuenta que nuestros ojos, en realidad, perciben una realidad bastante sesgada. Después de todo, solo vemos el 1% del espectro electromagnético. Y lo que registramos en realidad tiene tanta información que a nuestro cerebro no llega todo. Descarta los detalles que no considera relevantes. Por ejemplo, si situamos un dedo frente a nuestros ojos, el dedo se verá muy nítido, pero el resto de la escena que queda detrás quedará borrosa: ese desenfoque es la información que el cerebro descarta en ese instante.
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