Flash existe. Speddy González versión humana. El Correcaminos supersónico antropomórfico. Se llama Brian Udell, y es el hombre supersónico.
Y es que, a rebufo del artículo que dediqué a lo que pasa cuando somos eyectados de un avión, Udell se considera el único piloto que ha logrado sobrevivir a una eyección al nivel del mar desde un avión supersónico que superaba la velocidad Mach 1 (la velocidad del sonido).
Es cierto que hay aviadores que han sobrevivido a eyecciones a velocidades supersónicas, pero siempre a altitudes mayores, como los pilotos de reconocimiento del SR-71, que saltaron del avión volando por encima de 22.000 metros. Pero a esas alturas, el aire es escaso y, en consecuencia, las fuerzas de impacto en realidad son menos intensas que las que se desencadenan a alturas menores.
Por ello, Udell tuvo que soportar una carga sostenida de 45 g (Udell pesaba 88 kg, de modo que se enfrentó a fuerzas g de más de 4.000 kg, el equivalente a un tráiler que hubiera aparcado encima de él).
Udell tiene multitud de cicatrices a raíz de su experiencia: las costillas del costado izquierdo todavía le sobresalen en el lugar donde se rompieron, y un músculo del pecho aún está hinchado en el lugar donde se lo desgarró. Tiene seis tornillos en la rodilla derecha y seis más, además de una placa de mental, en el tobillo izquierdo. Puede dar la sensación de que lleva encima los restos de una ferretería (el término que en las fuerzas aéreas se utiliza para los artilugios que se dejan dentro del cuerpo después de arreglarlo).
La experiencia de Udell se remonta al 18 de abril de 1995, cuando pilotaba un avión supersónico de combate táctico F-15 lejos de la costa de Carolina del Norte. Estaba de entrenamiento. Era de noche, y sin luna. Mientras seguía una estrategia de combate de la época soviética meticulosamente coreografiada que consistía en atacar a otros dos aviones F-15, la pantalla le indicó que se encontraba volando a 740 km/h a 7.300 metros y que avanzaba a la derecha 60 grados.
Pero el ordenador se estaba equivocando. En realidad, Udell volaba a 1.110 km/h y se encontraba a una altitud de 5.000 metros. Porque en realidad estaba volando en dirección al suelo, así que se afanó en enderezar el aparato. No lo consiguió.
Udell sumergió el rostro en sus instrumentos una vez más. El avión se encontraba boca abajo, deslizándose hacia la tierra en un ángulo prácticamente vertical de 80 grados. A 3.000 metros, Sword 93 había pulverizado la velocidad Mach 1, la barrera de 343 metros por segundo o 1.224,6 km/h.
No había otra salida: tenía que eyectar. Al tirar de la palanca, Udell se encontraba a 1.800 metros de altura, por encima del océano. A 450 metros, Udell salió finalmente del avión. El paracaídas se abrió justo a 150 metros por encima del agua. Todo ello en la más completa oscuridad.
Su casco y su máscara, debido al golpe del aire tremendo, se le desprendieron del rostro. Todos los vasos sanguíneos de la cara le explotaron. Se le hinchó los labios como salchichas alemanas. La cabeza se le hinchó como un globo, hasta alcanzar el tamaño de una sandía. Pero no perdió la conciencia, e impactó contra el océano.
En ese momento se encontraba a solas a unos cien kilómetros de la costa de Carolina del Norte con olas de metro y medio sin un chaleco salvavidas, cuando advirtió algo resplandeciente y verde a su alrededor, como si fuera polvo de hadas. Al principio estaba asustado, preguntándose si estaba viendo ese extraño brillo porque padecía una lesión cerebral. Luego recordó un documental de Discovery Channel que vio en la televisión sobre la fosforescencia del océano y del plancton que emite una luz cuando se le molesta.
Udell era un amasijo de carne, con gran cantidad de huesos rotos y extremidades dislocadas. La hipotermia no tardaría en hacer mella en él. Los tiburones no andarían lejos. Pero Udell logró subir al bote salvavidas. Cuatro horas después, el helicóptero de la Guardia Costera sacó a Udell del Atlántico. El primer hombre supersónico.
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood