Hay animales que enseguida recuerdan a objetos cotidianos. En el caso del alimoche, un tipo de buitre pequeño, el objeto que viene a la cabeza es un marcador fluorescente amarillo.
Y es que la cabeza del alimoche es amarilla, amarillo chillón, como de chaleco reflectante para ser visto en la oscuridad de una carretera. Por otra parte, la dieta más común del alimoche son las boñigas de vaca. La imagen de una cabeza tan amarilla como una brocha mojada en pintura amarilla revolviendo caca de vaca es de veras estrafalaria.
Sin embargo, ambos rasgos, aunque en apariencia no guarden mucha relación (¿cabeza amarilla y caca?), lo cierto es que están íntimamente relacionados.
Los excrementos de las vacas no son demasiado nutritivos. Tienen menos de un 5 % de proteínas y menos del 0,5 de grasas; y además contienen muchas bacterias imprevisibles. Es decir, mucho riesgo para tan poco alimento. Sin duda el excremento de los ungulados debería tener algo especial que atrajera tanto al alimoche.
Y así es: grandes cantidades de carotinoide, la sustancia que hay también en zanahorias, calabazas, albaricoques y caléndulas. Todas ellas plantas amarillas. Así el alimoche consigue su cabeza amarilla (y por eso se nos sugiere comer zanahoria si queremos lucir un bronceado más rápido… un bronceado con un ligero toque amarillento).
Ahora viene la siguiente pregunta: ¿qué beneficio obtiene el alimoche al lucir una cabeza de bombilla encendida? Pues algo parecido a lo que busca el pavo real con su exagerada y llamativa cola: encontrar una buena pareja sexual.
Es decir, el alimoche está transmitiendo el siguiente mensaje a las hembras potenciales: mirad, aquí estoy, comiendo mierda en cantidades industriales (como bien demuestra mi cabeza amarilla) y, sin embargo, sobreviviendo a las bacterias, lo cual sugiere que tengo un sistema inmune muy eficiente que podrían heredar tus hijos, si tú quieres, chati.
No es una explicación cerrada, sólo una teoría. La otra no es tan extravagante:
Tal vez se trate, sencillamente, de que a los alimoches les gustan las boñigas de vaca y de caballo. Nosotros, los seres humanos, comemos a menudo cosas que apenas tienen ninguna ventaja nutritiva para nosotros, y lo hacemos, sencillamente, porque nos gustan una barbaridad. Comemos tartas de queso, bebemos cola y sorbemos sopas de sobre, aunque nada de eso nos proporcione mejores oportunidades en el proceso de selección.
Vía | De focas daltónicas y alces borrachos de Jörg Zittlau