En las películas lo hemos visto a menudo, ya sea mediante argucias psicológicas o mediante tecnología futura capaz de explorar nuestro cerebro: parece que ser que todo lo que vivimos se graba en nuestra mente, aunque no seamos conscientes de ello.
Intuitivamente, también se nos antoja así: incluso cosas que hemos olvidado completamente, aparecen de nuevo perfectamente recordadas en cuanto alguien nos da alguna pista: basta tirar del hilo y la madeja se deshila.
Pero ¿hay alguna base científica que apoye esta idea?
La gente suele creer que los recuerdos son siempre una reproducción fidedigna de lo que sucedió en realidad. Incluso muchos aún piensan que son capaces de recordar su primer año de vida. Como si en nuestra cabeza hubiera una suerte de disco duro de memoria.
Pero los recuerdos cotidianos de nuestro cerebro no tienen la calidad “archivística” que caracteriza los medios técnicos. En el siglo XIX, Ebbinghaus, el precursor de los estudios sobre la memoria, descubrió que los recuerdos almacenados, o lo que llamó pista mnémica, empiezan a deteriorarse y a perder exactitud transcurridos… escasos minutos.
Hoy en día, se ha demostrado que los recuerdos son más bien una reconstrucción del pasado. Una reconstrucción tendenciosa, como una obra de teatro o una enciclopedia manipulada por el poder político, en el que se incorporan toda clase de elementos nuevos: informaciones sobrevenidas después, estereotipos mediados por la cultura, la necesidad de contemplarse a uno mismo a la luz más favorecedora, etc.
Un experimento que ejemplifica hasta qué punto los recuerdos se manipulan y se desgastan fue el consistente en pedir a unos sujetos de una misma área cultural que rememorasen unas leyendas esquimales. Estos cuentos abundaban en detalles étnicamente específicos (por ejemplo, las canoas y la caza de la foca). Pues bien, al repetir el relato, los sujetos solían reemplazar esas “especialidades” por perífrasis conformes a su propio mundo de representaciones culturales, como “barcas” y “pescar”. La rememoración, pues, no es reproductiva, sino constructiva.
Hasta los recuerdos más significativos, como los que están teñidos de gran impacto emocional (un asesinato, un accidente, una infidelidad) no quedan indeleblemente grabados en el cerebro. La pregunta “¿dónde estaba usted cuando mataron a Kennedy?” fue muy empleada para el diagnóstico de trastornos mentales degenerativos. Recientemente, los psicólogos Ulric Neisser y Nicole Harsch, de la Universidad de Emory, decidieron verificar ese extremo y al hacerlo tropezaron con falsificaciones y distorsiones asombrosas.
En 1986, al día siguiente del accidentado despegue de la lanzadera espacial Challenger, se pidió a 100 voluntarios que reflejaran por escrito cómo y en qué circunstancias se habían enterado del desastre.
Los asombrosos resultados os los detallaré en la segunda parte de este artículo.
Vía | Falacias de la psicología de Rolf Degen