Las respuestas debían ajustarse a un formulario exactamente definido, con preguntas del tipo: ¿dónde estaba usted?, ¿en compañía de quién?, ¿de dónde le llegó la información?
Varios años después, se volvió a contactar con los voluntarios del experimento, sometiéndolos a las mismas preguntas. Y los resultados recordaban a esa parte de la película Desafío Total (Total Recall), donde le implantan a Arnold Schwarzenegger una memoria llena de aventuras de mentira.
Para empezar, 3 de cada 4 informantes no recordaban que aquéllas fueran las mismas preguntas que les formularon en la ocasión anterior. 1 de cada 3 dio a las siete preguntas siete respuestas diferentes a las de la primera vez. De las siete coincidencias posibles (entre el pase anterior y el actual), el promedio estadístico alcanzado fue de 2,9, que significa que en el tiempo transcurrido prácticamente todos los informantes habían reinterpretado aspectos esenciales del suceso.
Se produjeron incluso algunas escenas de sainete. Una informante, que primero dijo haber recibido la noticia fatal estando en la cantina (“se me atragantó la comida”), la segunda vez hizo la rememoración siguiente: “Estaba yo trasteando en mi habitación cuando entró una chica a toda prisa y se puso a dar voces en el pasillo: ¡La lanzadera espacial ha explotado!”. A juicio de los investigadores no hay motivos para creer que ese episodio de la chica ocurriese en realidad. Tal vez se funda únicamente en una imagen estereotipada de cómo suelen recibirse las noticias trágicas. Incluso es posible que al principio la informante se hubiese imaginado a sí misma en el papel de la muchacha que entra corriendo y dando gritos.
Pero lo más sorprendente no fue esta total discrepancia entre la realidad y el recuerdo. Lo que más asombró a los investigadores es lo beligerantemente que defendían sus posturas los voluntarios. Al intentar refrescarles la memoria mediante sugerencias y ayudas, en ningún caso se conseguía devolver la claridad al voluntario. “Yo nunca he dicho eso”, aseguraban con el ceño fruncido.
Es decir, que la confianza que depositaban los informantes en la exactitud de su memoria no guardaba ninguna correlación con la realidad. Lo cual corroboraba la hipótesis que ya formulo el psicólogo norteamericano F. C. Barlett en los años 1930: “Cuando se le pide a una persona que recuerde algo, con frecuencia lo primero que se le ocurre es algo que pertenece más bien a la categoría de las actitudes. Entonces el recuerdo viene a ser una construcción en gran medida fundada en esa actitud y que sirve para justificarla.”
Y lo cierto es que creemos tanto en nuestros recuerdos que, cuanto mayor es el detalle que debemos ofrecer sobre los mismos, más seguros estamos de ellos. Por ejemplo, la psicóloga Elizabeth Loftus preguntaba a sus pacientes: “¿ha visto usted la señal de ceda el paso?” Los pacientes que había hecho un recorrido en coche con ella ofrecían más respuestas afirmativas a esta pregunta que otra en la que se no puntualice tanto: “¿ha visto usted una señal?”
Este fenómeno psicológico puede observarse a menudo en los juicios: tanto el jurado como los testigos son elementos muy endebles que deben ser a menudo refrendados con pruebas más sólidas aparte del “recuerdo que…” Basta echar un vistazo a películas como Doce hombres sin piedad o la divertida Mi primo Vinny para ver en acción hasta qué punto la gente recuerda lo que quiere recordar.
Vía | Falacias de la psicología de Rolf Degen