Al igual que ocurre con los sistemas visual y auditivo, una gran parte de la información recibida es procesada antes de que la corteza correspondiente tenga noticia de ella.
El sistema olfativo es único, pues está en contacto directo con el medio externo. No existen células receptoras especializadas en la nariz que puedan equipararse a los conos y bastones de la retina o al sistema membranoso óseo de transmisión del oído. En lugar de eso, el cuerpo celular de lo que se conoce como la neurona principal se encuentra en el interior del órgano receptor. Cada una de estas neuronas, conduce al bulbo olfatorio mediante su axón correspondiente.
Aunque sabemos bastante bien cómo funcionan el ojo o lo oído, no sabemos tan bien cómo funciona la nariz, cuyo funcionamiento se basa en una serie de conjeturas. Huelen las moléculas como lo hacen debido a su estructura molecular, o a su vibración, o a su efecto sobre los receptores del olfato (tal vez punzándolos).
Los receptores están formados por células con cilios largos unidos. Los cilios no pueden vibrar porque están embutidos en una capa de moco. Por ello, cualquier olor debe ser soluble en este substrato para poder ser detectado por los cilios.
Cada órgano olfativo mide unos 2,5 centímetros cuadrados, es de color amarillento y se supone que posee varios tipos de receptores. Pero se desconoce su número, y se carece totalmente de información acerca de cómo actúan, así como la razón de que identifiquen inmediatamente olores como de caucho quemado, de pan tostado, de clavo y canela, de yeso y de queso, con una memoria tan prolongada y tan altamente individual.
Se dice que el ser humano es capaz de identificar miles de olores, y con práctica más de 10.000. Pero se ignora cómo es esto posible. O cómo el cerebro escudriña todo lo que recibe mediante los impulsos que le llegan por el nervio olfatorio. Ni siquiera se sabe por qué los olores tienen tanta afinidad unos con otros, y pueden clasificarse.
Vía | La mente de Antonhy Smith / El ombligo de Adán de Michael Sims