Las vitaminas son sustancias imprescindibles para la vida. Visto de esta manera podríamos pensar que un exceso de las mismas no debería tener mayor trascendencia. Es cierto que hay vitaminas que nuestro cuuerpo puede expulsar si las tomamos en exceso, pero hay otras que no las puede expulsar fácilmente. Una de estas últimas es la vitamina A: no se disuelve en el agua de manera que si ingerimos demasiada no podemos deshacernos de ella por la orina.
En los tiempos de Linneo se decía que si alguien cazaba un oso blanco y lo comía, éste se vengaba desde la tumba haciéndole caer la piel a jirones. Y es que el hígado de oso está supersaturado de vitamina A. Gerrit de Veer, cronista en el tercer viaje de Willem Barents allá por el año 1596 fue el primer occidental en describir los efectos del exceso de vitamina A. Después de darse un festín comiéndose un oso tuvieron sudor, fiebre, mareo, indisposición, etc. En su diario, anotó "Muerto nos ha hecho más mal que vivo". A los pocos días, la piel de muchos de los hombres había comenzado a desprenderse cerca de los labios y de la boca, cualquiera de las partes del cuerpo que hubieran tocado el hígado. De Veer anotó que "en verdad creíamos que los habíamos perdido, pues toda su piel e desprendió de la cabeza a los pies".
La razón de estos efectos sólo se entendió a mediados del siglo XX. Resulta que los hígados de los osos polares tienen cantidades astronómicas de vitamina A. Cazan focas anilladas y barbudas, dos especies que crían a sus cachorros en ambientes que pueden rondar los 2ºC. Como nos explica Sam Kean en su libro El pulgar del violinista:
La vitamina A permite que las focas sobrevivan a este frío: funciona como una hormona del crecimiento, estimulando células y permitiendo que las crías de las focas añadan gruesas capas de piel y grasa dérmica, y que lo hagan deprisa. Con este fin, las madres almacenan en sus hígados grandes cantidades de vitamina A, que dispensan durante el amamantamiento para asegurarse de que sus crías ingieren la necesaria.
Pues bien, los osos también necesitan mucha vitamina A y no sólo eso, sino que sus cuerpos toleran niveles altos, pues de lo contrario no podrían comerse a las focas, que es prácticamente su única fuente de alimentación en el Ártico. Aun así, hay biólogos que dicen que si los osos fueran caníbales y se comieran el hígado de otro, morirían.
Los osos polares evolucionaron adaptándose y transformando sus hígados en pequeñas "plantas industriales" que filtran la vitamina A y la mantienen lejos del resto del cuerpo. Esta evolución empezó hace unos 150.000 años, cuando pequeños grupos de osos pardos se separaron y migraron al norte, hacia los casquetes polares.
Nuestro cuerpo metaboliza la vitamina A para producir retinol, pero los hígados de los osos polares saturan las enzimas y acaba circulando por el torrente sanguíneo dañando otros tejidos y activando un montón de interruptores genéticos en las células de la piel, haciendo que se suiciden y empujando a otras células a hacerlo de forma prematura. El pueblo Inuit caza osos por su piel y carne, pero no se comen su hígado.
Los europeos desconocían estas cosas cuando se aventuraron a explorar el Ártico. Multitud de exploradores han tenido el mismo problema: Reginald Koettlitz, Jens Lindhard, etc. Este último dio de comer hígado de oso polar a 19 hombres que tenía a su cargo para hacer un experimento. Todos ellos cayeron enfermos y algunos llegaron a mostrar signos de demencia.
Pero no sólo hay que tener cuidado con los hígados de focas y osos polares sino que también con los hígados de los renos, tiburones, peces espada, zorros y huskies. Y tanto es así que conocemos la primera persona que murió por un exceso de vitamina A: el explorador polar suizo Xavier Mertz.
Así que las carencias de ciertas sustancias pueden ser malas para el organismo, pero un exceso también.
Vía | Sam Kean, El pulgar del violinista
Foto | wikipedia
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