Las moscas son los pelmazos del verano. Sobre todo si estáis pasando las vacaciones en un camping: aunque tengáis un limón abierto sobre la mesa con especia de clavo, papeles matamoscas o insecticidas varios, las moscas llegarán y molestarán todo lo que puedan, como hábiles pilotos acrobáticos, pequeñísimos, oscuros como la brea. Sus vuelos no son muy rápidos pero nunca logramos atraparlas. Se estabilizan con los halterios. Pueden agarrarse sobre cualquier superficie gracias a sus uñas y sus púlvilos. Si está ahí posada e intentáis darle un palmetazo, las células que recubren su cuerpo notarán el cambio de presión en el aire y la mosca alzará el vuelo antes de que la mano llegue.
Sin embargo, hay moscas que son nuestros héroes.
Concretamente para la Drosophila, la diminuta mosca de la fruta. Este insecto es el animal favorito de los genetistas para la experimentación porque se reproduce rápida y fácilmente y tiene un genoma muy similar al del ser humano (sí, parece que el protagonista de película La mosca no era tan alienígena como pensamos). La especie que estudian, llamada Drosophila melanogaster, se ha transportado por todo el mundo para su cría en laboratorio.
Los humanos y las moscas somos más parecidos de lo que pensamos, y compartimos tantos genes que tres cuartas partes de las enfermedades humanas tienen su equivalente en el código genético de las moscas de la fruta. Además, desde el año 2000 conocemos su genoma completo.
Gracias al esfuerzo desinteresado de estas moscas se han logrado esclarecer muchos de los principios básicos de la genética, a pesar de que a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, le parezca que gastar dinero en investigaciones con moscas de la fruta sea una pérdida de tiempo. Incluso a finales de los años 1960, científicos alemanes las usaron para probar los efectos de las mutaciones, originando moscas que tenían las patas, las alas o los ojos mal colocados.
Por ejemplo, en la mosca se halla un gen que literalmente fabrica sus ojos. Los genetistas lo llaman, curiosamente, eyeless (sin ojos), porque se suelen bautizar en relación a lo que sucede cuando el gen no funciona correctamente o muta.
Quizá el ejemplo más sorprendente de un gen que influye en el comportamiento es el que influye en la siesta. Como los seres humanos, las moscas se despiertan por la mañana, se echan una siesta al mediodía y duermen por la noche, todo en un ciclo de 24 horas. Aunque las moscas hayan crecido en la oscuridad más absoluta, conservan estos ciclos con la precisión de un reloj suizo. Incluso con mayor precisión, porque está escrito en sus genes. Por esa razón, la mosca de la fruta ha sido propuesta por The Neurosciences Institute, de San Diego, EE.UU., para servir de modelo en las investigaciones planteadas alrededor del sueño y sus vías metabólicas y hormonales.
Muchos creen que las cucarachas serán las únicas que sobrevivirán a tales catástrofes, pero ello parte de un mito que ya en 1959 fue derribado por los experimentos con radiación de Wharton. Es cierto que las cucarachas pueden vivir una semana sin cabeza, pero serían los primeros insectos que morirían de radiación (aunque antes lo haríamos nosotros, por supuesto). Antes que las supuestas cucarachas inmunes a las catástrofes nucleares, sobreviviría la mosca de la fruta, y aún tendría más posibilidades de sobrevivir una avispa parásita.
Y los primeros animales en viajar fuera de la Tierra (el espacio exterior comienza a una altitud de 100 kilómetros) fueron las moscas. Concretamente una mosca de la fruta, que fue introducida en un cohete americano V2 y convertida en diminuto astronauta en julio de 1946.