Dicen que no hay nadie como una madre. Para algunos animales, esta sentencia adquiere tanta fuerza que poco importa que la madre sea un simple trozo de alambre con forma vagamente maternal.
Pero el psicólogo Harry Harlow fue mucho más allá: en el fondo lo que importa es que nos den cariño, así que se preferirá a una madre blandita y agradable a un trozo de alambre, aunque el trozo de alambre dispense mayor cantidad de alimentación.
O dicho con otras palabras: el amor maternal es una emoción que no precisa ser alimentada con un biberón o con una cuchara. El amor está por encima de las cosas materiales.
Para demostrar esto, Harlow persuadió a Robert Zimmerman para realizar un experimento con monos. Colocaron 8 crías de mono en jaulas separadas y en cada una de ellas había un modelo de madre hecho de tela y otro hecho de alambres.
Las manos de alambre tenían un dispositivo por el que se podía beber lecho. Las de tela, no. Lo lógico es pensar que los monos optaron por las madres de alambre: vale, son de alambre, pero dan más comida que las de tela. Sin embargo, los monos preferían a las de tela.
Los monitos pasaban casi todo el tiempo con las madres de tela; sólo dejaban la seguridad de la tela para beber de las madres de alambre. En una famosa fotografía, se ve a una cría de mono enganchada con las patas a la madre de tela, inclinándose para beber la leche de una madre de alambre.
Luego se hicieron más experimentos que concluyeron lo siguiente: las madres que se mecían eran preferidas respecto a las madres que estaban quietas, y las que estaban calientes respecto a las que estaban frías.
Ello, según Harlow, como dijo en su conferencia de 1958 “La Naturaleza del Amor”, demostraba que la base del amor que un niño siente por su madre no es que la madre sea únicamente la fuente de alimentación.
En el amor había algo más que sólo recompensa y castigo; había algo innato y beneficioso por sí mismo en la preferencia de un bebé por una madre cálida y suave.
Vía | Qué nos hace humanos de Matt Ridley
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