Si un bebé tuviera formación científica podría pensar:
Mis padecimientos como bebé se me revelaban como un mero mecanismo adulto debido a mi morfología. Toda persona que se cruzaba conmigo esbozaba una carantoña, emitía unos graznidos ridículos, me abrazaba y achuchaba y me bombardeaba el rostro con ósculos húmedos y sonoros.
Aquel acoso sentimental se debía a mis extremidades cortas y rechonchas y a mis ojos grandes e inocentes, que estimulaban determinadas secreciones hormonales de tipo protector. (De ahí el éxito a nivel mundial del Teddy bear, que imitaba en su forma a un bebé afectado de hirsutismo y no, por ejemplo, a una mosca del vinagre.)
¿Por qué ocurría algo así? Para facilitar la supervivencia de las personas cuando nacen. El ser humano es el único animal que no es autosuficiente al abandonar el claustro materno, y necesita del cuidado de los adultos para desarrollarse, y ésta manipulación a nivel hormonal provoca que hasta un bandolero de grueso mostacho y cuchillo en ristre esboce una cara de bobo y deponga cualquier actitud violenta si se cruza con un bebé en su camino.
Otros animales que comparten ciertos rasgos morfológicos con los bebés también se benefician de esta tendencia a la protección que surge de cualquier ser humano; sin contar la necesidad de otorgar “humanidad” a todo cuanto guarde semejanzas físicas con la humanidad.
Por eso las personas dicen “qué mono” cuando ven un perro y no una cucaracha. Por eso los robots que hoy en día se diseñan funcionan interactúan mejor con los usuarios si tienen aspecto antropomórfico, al menos vagamente.
Pero según la reportera de un artículo del Current Biology a cargo de investigadores del Centre for Mammal Vocal Communication Research de la Universidad de Sussex, los gatos todavía se benefician de más cualidades para conmovernos y seducirnos, cualidades que van más allá de su aspecto candoroso.
Los gatos domésticos, al parecer, manipulan a los humanos incorporando en su ronroneo una llamada tipo llanto similar al de los bebés (en las mismas frecuencias). Técnica de manipulación y chantaje que los bebés aprender a fingir y emplear a su beneficio a los pocos meses de haber nacido. Bien lo sabía el gato de Shrek cuando se veía atrapado en un entuerto.