Seguramente el lugar de nuestro cuerpo donde más bacterias habitan sea el estómago, como señala Jon Turney en su libro Superorganismo: el volumen de bacterias que hay en nuestro colon es aproximadamente el mismo que el de dos o tres latas de sopa de tamaño regular.
En total, sumando el número de microorganismos que hay en nuestro cuerpo, y todos los genes que vienen con ellos, en cierto sentido no somos humanos, en el sentido estricto de la palabra, más que en el 2,5%. O como resume Marcus Chown en El universo en tu bolsillo: es justo decir que nacemos siendo un 100% humanos, pero morimos siendo un 97,5% de “aliens”.
Nosotros, las bacterias
Porque hay bacterias en todos lados de nuestro cuerpo. Incluso en el semen de los hombres, como es el caso de la bacteria Propionibacterium acnes, y que si se empeña puede provocar prostatitis.
Incluso nuestras células (de media, unas 37 billones de media), ni siquiera son todas nuestras. Todo este ejército de pequeñas fábricas que siguen un manual de instrucciones concebido por nuestro ADN no es idéntico.
Por ejemplo, en el caso de las mujeres embarazadas, se han hallado células masculinas en la sangre: eran células del feto que habían atravesado la placenta. Es un fenómeno que se denomina microquimerismo fetal (en honor a Quimera, una criatura de la mitología griega que tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón).
Nuestra idea de unidad celular, pues, quedó en entredicho con este descubrimiento, pues este trasvase de células también tenía una repercusión biológica significativa en las madres. Incluso un año después del nacimiento, en la madre quedan células del hijo, que han colonizado algunos de sus órganos y ha influido en su salud. Si hablamos solo de células masculinas en la madre es porque resulta más fácil detectar el cromosoma Y (exclusivo de los hombres) en la mujer.
¿Somos, pues, individuos? Sí, pero también somos colonias de individuos.
Imagen | johnvoo_photographer
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