Diversos experimentos han arrojado datos acerca de los deseos y pretensiones de las mujeres. Dos de los más interesantes trataron de demostrar que el deseo de hombres y mujeres hacia el dinero es distinto.
O dicho de otro modo: podría ser que los hombres tengan debilidad por el dinero como las mujeres la tienen por los niños. Algo que resultaría innato, si tenemos en cuenta la psicología evolutiva. (¿Y hasta qué punto es deseable combatir los deseos evolutivamente innatos en pro de una igualdad cultural?)
Pero vayamos a los experimentos.
Hombres y mujeres eran sometidos a una prueba de matemáticas con 20 preguntas. En una versión, a cada participante se le pagaba una tasa fija de 5 dólares por presentarse y otros 15 por completar el examen. En la segunda versión, a los participantes se les pagaba los 5 dólares por presentarse y otros 2 dólares por cada respuesta correcta.
En la primera versión de tarifa fija, los hombres sólo destacaron un poco respecto a las mujeres. Pero en la versión con incentivo económico… los hombres vencieron por goleada a las mujeres. El rendimiento de las mujeres apenas varió en ambas versiones del examen. Un incentivo económico no cambió nada para ellas.
Esta clase de experimentos son toscos, se basan mayormente en la estadística y, además, olvidan otras muchas variables que sí se dan en el mundo real. Es cierto. Un experimento ideal debería ser algo así como coger un grupo de mujeres y clonar versiones masculinas de ellas; y también hacer lo inverso con un grupo de hombres.
Entonces se podría medir el rendimiento laboral de cada grupo de género y compararlo con el de sus clones. Las conclusiones serían sin duda más interesantes.
Pues en cierto modo eso ya se ha hecho. Ningún investigador clonó a seres humanos para someterlos a estos experimentos (aunque tal vez en un futuro sí se haga), pero sí escogieron a individuos que cambiaron de sexo. Hombres que recurrieron a la terapia hormonal y a la cirugía para vivir como una mujer, y mujeres que decidieron vivir como hombres.
Ben Barres, un neurobiólogo de Stanford, nació como Barbara Barres y se transformó en hombre en 1997, a los cuarenta y dos años de edad. La neurobiología, como la mayoría de las disciplinas matemáticas y científicas, es un campo predominantemente masculino. Su decisión “sorprendió a mis compañeros y alumnos”, dice, pero “todos se portaron maravillosamente”. De hecho, su prestigio intelectual parece haber aumentado. Una vez, después de que Barres impartiera un seminario, un colega se dirigió a un amigo de Barres que formaba parte del público e hizo este malicioso comentario: “El trabajo de Ben Barres es mucho mejor que el de su hermana”. Pero Barres no tiene hermana; el comentario menospreciaba la anterior personalidad femenina de Barres.
Kristen Schilt y Matthew Wiswall fueron dos investigadores que se dedicaron a estudiar lo que ocurría con los salarios de las personas que cambian de sexo en la edad adulta. Partiendo de la base de que el conjunto de personas que cambia de sexo no se puede considerar una muestra al azar, los resultados fueron demasiado llamativos para pasarlos por alto.
Descubrieron que las mujeres que se transforman en hombres ganan algo más de dinero después del cambio de sexo, mientras que los hombres que se transforman en mujeres ganan, por término medio, un tercio menos que su salario anterior. ¿La gente trataba de manera diferente a la persona que cambiaba de sexo o eran los que cambiaban de sexo los que, debido a los diferentes niveles hormonales, acababan cambiando su escala de valores?
Se han hecho experimentos parecidos en los que niños se han criado como si fueran niñas y viceversa. Los resultados eran apabullantes: no nacemos en blanco y, en consecuencia, no es sólo la cultura la que configura nuestra personalidad en relación a nuestro sexo sino que nacemos con un importante patrón sexual: los niños que se criaron con muñecas acabaron haciendo juegos de guerra con ellas; las niñas terminaron acunando a sus bólidos de carreras.
Tal vez equiparar total y sistemáticamente los sueldos entre hombres y mujeres podría parecerse a homogeneizar los juegos infantiles con los que niños y niñas entretienen sus ocios: una enorme pérdida de tiempo. En el fondo todo se funda en la eterna discusión de genes y ambiente. Una discusión que aún tiene que darnos muchas sorpresas, y que debería hacernos actuar con cautela cuando teoricemos confundiendo igualdad de oportunidades con equiparación de salarios.
Vía | Superfreakonomics