Dejando a un lado las críticas feministas a un lado, lo cierto es que desde la biología evolutiva se puede teorizar acerca de ese comportamiento tan contradictorio en las mujeres consistente en llamar la atención con sus atributos sexuales a la vez que luego se reniega de esa atención si se basa en sus atributos.
Dice la cultura popular que las mujeres, en el fondo, nunca se ponen atractivas para gustar a los hombres sino para salir victoriosas en una extraña competencia entre otras mujeres. En cualquier caso, esta misma cultura popular también ha fraguado expresiones chabacanas como “calienta-braguetas”, pues este comportamiento de “tirar la piedra y esconder la mano” se origina en mujeres de todas las sociedades.
Haced la prueba: contemplad a cualquier mujer que se queje porque los hombres sólo la miran de cuello hacia abajo. Probablemente usa escote, por ejemplo. Esta contradicción la explica de forma muy ilustrativa Desmond Morris en su El mono desnudo.
El ser humano es un primate de acentuada sexualidad, sin embargo, en el caso de la mujer, llegar hasta la relación sexual comporta una serie de gravámenes de los que el hombre está exento: el embarazo, por ejemplo, o el coste de fabricar un óvulo en comparación con un espermatozoide. Por esa razón, la mujer no puede evitar, por ejemplo, los añadidos sexuales aunque luego no vaya a llevar a término esa sexualidad:
La hembra se cubre los senos, y seguidamente acentúa su forma con un sostén. Este artificioso estimulante sexual puede ser almohadillado o hinchable, de forma que no solamente rehaga la forma oculta, sino que también la realce y la aumente, imitando de esta suerte la hinchazón de los senos que se produce durante la excitación sexual. (…) El generalizado empelo del lápiz de labios, el colorete y el perfume, para aumentar el estímulo de los labios, del rubor y del olor del cuerpo, respectivamente, presenta mayores contradicciones. La hembra que mediante el lavado suprime sistemáticamente su propio olor biológico, lo reemplaza a continuación con perfumes comerciales “sexy”, que, en realidad, no son más que formas diluidas de los productos de las glándulas olorosas de otras especies de mamíferos totalmente diferentes.
A pesar de todos estos añadidos artificiales para potenciar la sexualidad, luego se producen muchos tipos de restricción sexual. Tal y como lo expresa Morris: ¿Por qué refrigerar una habitación, si después encendemos fuego en ella? Por un lado, se intenta evitar un estímulo sexual desenfrenado que rompa lazos entre las parejas. Sin embargo, no hay una restricción sexual absoluta en público aunque la mujer ya tenga pareja. ¿Por qué no limitar estas exhibiciones sexuales en el ámbito de la pareja?
En parte, porque nuestro alto nivel de sexualidad precisa de una constante expresión y un constante desahogo. Esta sexualidad se creó para mantener unida a la pareja pero, a la vez, es una fuente de problemas ajenos a la pareja porque también se desarrolla fuera de su atmósfera.
La otra parte de la respuesta es que el sexo también se usa por motivos de conveniencia. Si una mona quiere acercarse a un macho agresivo con fines no sexuales, a veces realiza una exhibición sexual, no para copular con él, sino porque despertando su impulso sexual lo suficiente también eliminará su impulso agresivo. Estas formas de comportamiento se denominan actividades retromotivadoras.
La hembra emplea el estímulo sexual para remotivar al macho y conseguir, de esta forma, una ventaja no sexual. Aunque esta estrategia, en una especie como la nuestra, en la que los individuos están atados por parejas, entraña sus peligros. El estímulo no debe ir demasiado lejos.
Tal y como lo dice Morris:
Aceptando las básicas restricciones sexuales impuestas por la civilización, es posible dar claras señales de que “no estoy disponible para la cópula” y, al propio tiempo, dar otras señales que digan: “no obstante, soy muy sexual”. Estas últimas cumplirán su misión de reducir el antagonismo, mientras que las primeras evitarán que las cosas salgan de su cauce. De esta manera, uno sabe nadar y guardar la ropa.
Más información | El mono desnudo