Uno se pregunta por qué un matemático puede haber decidido un día que se va a emplear como amamantador de piojos. La respuesta es bien sencilla: durante la ocupación nazi, estar empleado en el instituto de Weigl condecía cierto grado de protección contra los arrestos arbitrarios y las deportaciones a los campos de concentración.
Y es que la Gestapo prefería no tratar demasiado con personas que accidentalmente pudieran contagiarles el tifus.
Los empleados como alimentadores de piojos, pues, gozaban de cierto rango y todos ellos llevaban una identificación bien visible emitida por la Oficina del Comandante en Jefe del Ejército Alemán. Hecha la ley, hecha la traimpa, Weigl salvaba así a muchos profesores de la universidad e intelectuales de las garras nazis: empleándolos como alimentadores de piojos.
Como alimentar a los piojos ocupaba apenas una hora al día, el resto del tiempo, la universidad de Lwów podía seguir adelante, escamoteando la pretensión nazi de convertir Polonia en una nación de esclavos en la que no existiera la enseñanza universitaria. De este modo, entre piojo y piojo, se organizaban cursos universitarios clandestinos.
Pero ¿cómo funcionaba el proceso para alimentar a los piojos?
Tal y como lo refiere Antonio J. Durán en Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas:
Consistía en pequeñas cajas de madera (4 x 7 x 1 cm.) selladas con parafina para evitar la fuga de los insectos; una de sus caras, protegida por una puertecita, era de una malla finísima que sólo permitía a los piojos asomar la cabeza para alimentarse. En estas cajas se depositaban entre 400 y 800 larvas, junto con unos hilos de lana para que depositaran los huevos cuando crecieran. Entre 7 y 11 de estas cajas se colocaban, sujetas con una banda elástica y con la puertecita abierta, sobre las piernas de los alimentadores; según Szybalski: “Los hombres se solían colocar las cajitas en sus pantorrillas, aunque las mujeres preferían colocárselas en los muslos para ocultar después las marcas rojizas bajo la falda. Después de una sesión alimenticia de 30 a 45 minutos, no sólo los intestinos del piojo sino su cuerpo entero parecía un balón, puesto que cada insecto ingiere una cantidad de sangre igual a su peso".
Es decir, que gracias a que muchos profesores e intelectuales permitían que un puñado de piojos se les adhiriera a la pantorrilla para chuparles la sangre, la ciencia, el pensamiento y, por supuesto, las matemáticas de Banach, pudieron seguir adelante en una Polonia asediada por la censura.
O dicho de modo más poético: se dejaban chupar la sangre para que nadie les chupara la mente. Y gracias a ello, hoy podemos disfrutar de la aportación intelectual del matemático Stefan Banach, incluida la paradoja de Banach-Tarski.