Cualquiera que se haya fijado un poco en la fauna que nos rodea se habrá percatado que parece existir una relación entre tamaño y esperanza de vida. Que al ser más pequeño una criatura, parece vivir menos, más fugazmente.
Por ejemplo, la mosca cachipolla sólo vive 24 horas (y la mayor parte de ese tiempo lo dedica a reproducirse), y tiene un tamaño minúsculo. Pero hay ballenas con más de cien años.
¿Estas correlaciones son simples casualidades o existe alguna ley sugiera que el tamaño determina la longevidad, incluso en los seres humanos?
Para responder a esa pregunta primero debo hablaros del matemático y teórico de la física Geoffrey West, presidente del Instituto de Santa Fe. Cuando superó el umbral de los 50 años, poco después de llegar al SFI en 2004, West empezó a preocuparse de los asuntos que concernían a la vida y la muerte, sobre todo en relación a los latidos del corazón que un ser vivo experimentaba antes de extinguirse.
West no era la primera persona que relacionaba latidos del corazón con esperanza de vida. Ya en la década de 1930, el químico de origen suizo Max Kleiber empezó a estudiar la relación entre la masa de un animal y su metabolismo. Kleiber incluso llegó a una fórmula que cuantificaba el uso de energía de un ser vivo:
para cada criatura, el total de energía consumida por unidad de peso es proporcional a la masa de ese animal elevado a la potencia de ¾. En otras palabras, cuando más pequeño es uno, necesita más calorías por kilo u onza o gramo para seguir vivo; cuando más grande se es, más frugalmente se utilizará lo que se consuma.
Si nos fijamos en los animales pequeños observaremos que no es raro verles zamparse su peso en comida varias veces al día. Comer tanto y tan deprisa, pues, precisa de una metabolización rápida. Eso requiere a su vez mucho calor, y el calor necesita de los latidos del corazón.
No está muy claro qué fue primero: si un ritmo cardíaco que requiere combustible en abundancia o un apetito que requiere un corazón que lata a ritmo de castañuelas. Es posible que ambos, simplemente, surgieran a la vez, y que su origen se encuentre en el hecho de que los animales pequeños suele ser presas y, por ello, deben ser rápidas.
Todo esto está muy bien, pero ¿qué tiene que ver un mayor consumo de energía con una vida más corta? ¿Será que los seres vivos son como las estrellas que queman hidrógeno y cuanto más queman antes se apagan?
Para averiguarlo hubo que llevar a cabo observaciones precisas de la temperatura corporal, la presión sanguínea, el consumo de calorías y el ritmo cardíaco. Es algo que se hizo, y que West llevó a sus últimas consecuencias, incluso para explicar sistemas y subsistemas del interior del cuerpo, incluso a nivel celular. Pero todo eso os lo explicaré en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Simplejidad de Jeffrey Kluger