Si observamos una pintura donde aparezca un castrato, por ejemplo, el que aparece interpretando una pieza de Handel pintado por William Hogarth, nos daremos cuenta de algo llamativo en el físico del castrato.
Son altos, desgarbados (aunque en esta pintura está más exagerado de lo normal). Tienen la espalda encorvada debido a la osteoporosis. Muchos tienen pechos grandes y fláccidos. Raramente son calvos. Nunca sufren cáncer de próstata. Pero hoy sólo voy a centrarme en explicar la razón de que sean como jugadores de la NBA.
En la Italia del siglo XVIII, se creaban 4 mil castrati al año. Es decir, se le extirpaban los testículos a 4 mil niños sólo para poder explotar sus voces espléndidas. Un sacrificio que se dio en muchos otros contextos socioculturales: hasta 1920 no fueron prohibidos en Italia; el último castrato italiano, Alessandro Moreschi, murió en 1922. En la Ciudad Prohibida de Pekín se contaban por miles, y el último eunuco de la corte china, Sun Yaoting, no falleció hasta 1996, y fue enterrado junto a sus testículos, que habían sido meticulosamente conservados en un tarro. Unos 200 eunucos vivieron en el palacio de Topkapi de Estambul hasta 1924.
El motivo de que todos estos eunucos sean tan altos se debe a que sus placas óseas de crecimiento no se cierran. Las placas de crecimiento se encuentran en los huesos largos de niños y jóvenes. Son áreas en los extremos de los huesos donde hay tejido en crecimiento. Cada hueso largo tiene al menos dos placas de crecimiento: una a cada extremo.
Lo natural es que estas placas se vayan cerrando gradualmente a medida que el niño entra en la adolescencia, hasta que son sustituidas por hueso sólido. Una radiografía puede demostrar hasta dónde ha llegado este proceso e incluso servir para juzgar la “edad del hueso”. En un chico de 18 años, las placas están casi ocluidas, o lo están del todo y entonces el crecimiento se detiene.
Pero los eunucos, al faltarles los testículos, nunca dejan de crecer, y por esa razón los vemos como caricaturas exageradas y enfáticas en tantas y tantas pinturas. Ahora tenemos una razón biológica para suponer que esas pinturas no eran caricaturas ni exageraciones sino fieles retratos.