Siempre me ha sorprendido la aparatosidad de los métodos de suicidio empleados por muchas personas. Más que un suicidio parece que estén representando un espectáculo o pretendan decir al mundo: oye, que me estoy matando.
De todas las formas posibles de suicidio, una de las más populares es tirarse de un puente. Concretamente del puente del Golden Gate. De todas las formas posibles de suicidio, sin embargo, ésta es una de las que menos os recomiendo por vuestro bien. Os lo demostraré a lo largo del siguiente artículo.
En el mundo hay un suicidio cada 40 segundos: mueren más personas por esta causa que por conflictos bélicos. Los suicidas, por lo general, sienten predilección por los puentes. El Golden Gate, de San Francisco, tiene un censo suicida de 1.500 cadáveres, seguidos por el viaducto del Príncipe Eduardo de Toronto y el Aurora Bridge de Seattle.
Como prueba de ello, cuando crucemos el Golden Gate, por ejemplo, no percibiremos nada especial. Es un puente seguro, recorrido diariamente por miles de personas y vehículos. Pero las autoridades han colocado carteles para disuadir la afición suicida. En uno de ellos podemos leer Crisis Counseling. There is hope make the call. The consquences of jumping from this bridge are fatal and tragic (Las consecuencias de saltar de este puente son fatales y trágicas).
El suicida tipo del Golden Gate tiene 41, 7 años de media. El más joven fue una adolescente de 14 años. El más anciano, un hombre de 84 años. El 98 % de las veces, el suicida muere.
Y es que los suicidas creen que tirarse de un puente es una manera hermosa, pacífica y segura de morir. Pero no es así, tal y como asegura Ken Holmes, el coronel del condado de Marin que se ocupa de los suicidios desde el Golde Gate. Holmes afirma que cuando sacan un cuerpo normal del agua está rígido como una tabla porque los huesos y los músculos que lo sujetan están todos en su sitio, pero el cuerpo de los que saltan del puente, por el contrario, parece un enorme saco de balines o de arroz. Está blando y flojo porque su armazón interior se ha destrozado.
En realidad, estás partiendo el cuerpo en pedazos desde dentro hacia fuera. No es hermoso, no es indoloro, todo lo que sucede desde que saltas de ese puente no tiene nada de agradable.
Imaginad ahora que os disponéis a saltar del Golden Gate. El puente, de tres kilómetros de longitud, es precioso: no en vano, es una de las siete maravillas de mundo moderno. La vista es espectacular: la bahía de San Francisco y la isla de Alcatraz. Pero queréis iros de este mundo y, zas, dais el salto al vacío.
Y esto es lo que pasa. En 4 segundos impactarás contra las verdes aguas que están 73 metros más abajo. Antes de golpear el agua, ya has alcanzado la velocidad máxima de 120 km por hora. El impacto tendrá una fuerza de 7.000 kg por centímetro cuadrado: es decir, que se os machacarán los huesos y se os desgarrarán los órganos internos. Dependiendo del ángulo de entrada, se os pueden astillar las costillas, y arponear el bazo, los pulmones, el hígado y el corazón. Os fracturaréis la cabeza, se os romperá el cuello y la pelvis se partirá en dos.
El corazón se os puede separar de la aorta. Si no se astillan, las 12 costillas del pecho y las 12 de la espalda se comprimirán como una rebanadora de pan y trocearán vuestros órganos. En el caso de que continúes con vida después de todo esto, morirás ahogado y en medio de un dolor inenarrable.
Lo más asombroso, sin embargo, es que se sabe que hay 28 saltadores que han logrado sobrevivir a la caída a pesar del espeluznante relato de lo que os pasaría. Sin duda son 28 personas que podrían protagonizar El Protegido. Y en la próxima entrega de este artículo os desvelaré cómo lo consiguió uno de ellos.
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood