La descripción más corta y acertada de la sanguijuela no es chupasangre, ni vampiro viscoso, ni tampoco pegajoso como una lapa. La descripción más corta y acertada es: barómetro que muerde.
Aunque las sanguijuelas nos puedan parecen básicamente iguales, lo cierto es que existen 650 especies conocidas. Puede ser diminutas o medir más de 45 centímetros de longitud.
Todas las sanguijuelas están divididas en 34 segmentos. Y atención: cada segmento tiene su propio “cerebro”. El segmento de la cabeza contiene una estructura simple de dos lóbulos, mientras que el resto tiene un grupo de neuronas llamado ganglio. Sin embargo, a pesar de tanto despliegue de cerebros, lo cierto es que las sanguijuelas no tienen demasiadas neuronas: sólo 15.000. El cerebro de una abeja, por ejemplo, tiene 95.000).
Se han utilizado neuronas de sanguijuela para crear un ordenador orgánico que realiza sumas sencillas. A diferencia de los procesadores de silicio, las neuronas “piensan” su respuesta formando sus propias conexiones.
¿Por qué no podemos llamar chupasangres a las sanguijuelas? Sencillamente porque muy pocas especies chupan sangre, aunque todas sean carnívoras. Aunque las que chupan sangre lo hacen a conciencia: comen durante una hora seguida y aumentan entre 5 y 10 veces su tamaño original.
Cuando acaban con su pitanza, las sanguijuelas suelen dejar como prueba de su mordisco una herida con forma de Y (similar al distintivo de Mercedes). Además, las heridas sangran mucho, hasta 10 horas, porque la saliva de la sanguijuela contiene anestésico e hirudina, un anticoagulante. Tranquilos, a pesar de todo, los mordiscos de las sanguijuelas no duelen. Así que si os muerden, no intentéis retirarla a lo bestia (quemándola o vertiéndole sal), o la sanguijuela os regurgitará en la herida, provocando una infección.
En 1799, las tropas de Napoleón en Sinaí bebieron agua infestada de sanguijuelas. Éstas se agarraron a las paredes interiores de las narices, las bocas y las gargantas de los soldados. Cientos de ellos murieron de asfixia.
Con todo, las sanguijuelas pueden pasarse hasta 6 meses sin probar bocado.
En el siglo XIX se usaron a menudo en medicina para realizar sangrías. No en vano, Francia importó más de 42 millones de ellas sólo durante 1833. Por ello han estado al borde de la extinción y hoy son una especie protegida. Actualmente también se usan en las unidades de quemados y en cirugía estética para drenar sangre y por sus propiedades anticoagulantes: los hospitales británicos adquieren 15.000 ejemplares al año.
Bien, llegados a este punto, ¿por qué las sanguijuelas se pueden definir como barómetros? Porque el cambio de presión atmosférica hace que el agua en que nadan disuelva menos oxígeno, lo que las impulsa a subir a la superficie, funcionando así como un pronosticador de tormentas.
De hecho, George Merryweather construyó uno de estos pronosticadores, un elaborado barómetros con sanguijuelas, que fue un hito en la Gran Exposición de Londres de 1851. La máquina consistía en 12 botellas que contenían agua de lluvia y una sanguijuela. A medida que se acercaba una tormenta, la sanguijuela ascendía hacia el cuello de la botella y hacía sonar una campana. Ding Dong, coged el paraguas.
Vía | El pequeño gran libro de la ignorancia (animal) de John Lloyd