Este mes veraniego es propicio en cenas frente al mar, degustando la fauna que sale del agua, como las ostras. Pero no es de otras comestibles, de las que sirven en cualquier restaurante, de las que os voy a hablar, sino de ostras perleras.
Aunque ambos tipos de ostra son bivalvas, se agarran a las rocas de los mares poco profundos y filtran algas de la corriente, pertenecen a órdenes distintos.
Las ostras perleras viven en aguas tropicales y pueden alcanzar el tamaño de un plato mediano. A pesar del mito muy difundido de que la perla se produce después de que un grano de arena haya quedado atrapado en el interior de la ostra, la perla se desarrolla por la irritación de varios parásitos, incluyendo gusanos, esponjas y mejillones, que perforan la concha.
Para protegerse del intruso, la ostra lo aísla en una suerte de bolsa.
El interior de la concha está revestido de un órgano, el manto, que segrega madreperla o nácar. Se trata de una sustancia maravillosa, resistente pero flexible y brillante, que se forma al atrapar cristales de carbonato cálcico entre capas de una secreción orgánica similar a la queratina. El nácar oculta el invasor enemigo en sucesivas capas, y el resultado final es una perla.
Una de estas ostras necesita 2 años para producir una capa de nácar de una vigésima parte de 2,5 centímetros de profundidad. Para una perla terminada, entre 15 y 20 años. Por esa razón, una tonelada de ostras puede dar una producción de sólo 3 perlas, y las posibilidades de que sean perfectamente esféricas son de una entre un millón (literalmente).
Actualmente la mayoría de las perlas son cultivadas. Se trata de un gran negocio mundial con unos beneficios anuales de más de 300 millones de libras. El proceso es lento. Cada animal se abre para insertarle en la gónada una cuenta de concha de mejillón y una pieza de manto (cortada de ostra “donante”). A medida que el manto se funde con el tejido que lo rodea, produce una bolsa de perla y cubre la cuenta de nácar. Dos años más tarde se consigue una pieza imposible de distinguir de una perla natural.
Un collar de perlas naturales podría costar actualmente hasta 15 millones de dólares.
Vía | El pequeño gran libro de la ignorancia (animal) de John Lloyd