Es uno de los mayores enemigos del ser humano, y habita en su propia habitación: el despertador. Ese aparato tan odiado pero tan necesario para ayudarnos a despertar, y empezar un nuevo día.
Pero así es la vida, cada día volvemos a la misma rutina de levantarnos de la cama, pasamos el día de la forma que mejor nos convenga, y volvemos por la noche a casa, a dormir otra vez. ¿A qué es debida esta regularidad?
Todos tenemos un ritmo biológico. Con este nombre entenderemos las variaciones que sufrimos debido a nuestro “reloj interno” y a factores externos (ambientales).
Nuestro organismo, a nivel interno, es capaz de regular toda su actividad para adaptarla a dicho ritmo, y poder así trabajar de una forma eficiente. Y esto va siendo así desde hace mucho tiempo, cuando por la Tierra empezaba a pasear lo que denominamos genéricamente como “Vida”.
El hecho de que nuestro planeta girara sobre sí mismo (y a un largo plazo, alrededor del Sol), hizo que las especies se adaptaran a este ritmo para sobrevivir de la mejor forma posible.
Por lo tanto, aquellos seres que dependieran en mayor parte de la visión, tendrían que realizar sus actividades por el día (como es nuestro caso), mientras que aquellas razas que dependieran de otros sentidos (como son el oído o el olfato) las realizarían por la noche.
Aún así, quien ha tenido la tremenda suerte de convivir con un recién nacido, sabrá que su ritmo está algo… “alterado”. ¿Por qué?
Los ritmos circadianos, aquellos que tienen una periodicidad cercana a la del día (entre 20 y 28 horas), se desarrollan después de haber nacido, y no durante la gestación. Será a partir de las 5 semanas cuando se empiece a desarrollar un patrón con cierta regularidad. Sobre las 16 semanas, el ritmo circadiano será muy similar al de un adulto.
Así que si algún día llegáis tarde al trabajo, siempre podréis decir que teníais el ritmo circadiano algo alterado.
No servirá de nada, pero será una excusa de lo más original.
Más información | El sueño