Los mamíferos (incluido nosotros) son anfitriones de billones de parásitos. No importan tu estado de salud o tus costumbres higiénicas.
Si ahora mismo os examinarais el cuerpo, descubriríais con horro que hay billones de parásitos de miles de especies distintas pululando por vuestros intestinos, vuestra sangre, vuestra piel, vuestro pelo, vuestra boca y todas y cada una de las partes de vuestro cuerpo.
Los parásitos evolucionan rápidamente para obtener su recompensa: colonizarnos. Se dedican día y noche a probar llaves diferentes en todas nuestras cerraduras biológicas, en busca de entradas en las que introducirse como si nuestro cuerpo fuera un edificio de apartamentos vacío.
Afortunadamente, la vida del ser humano es tan corta que, cuando ese momento llega a completarse, probablemente ya estaremos muertos.
Sin embargo, imaginad que uno de nosotros crea un clon de sí mismo en el tramo final de su vida. Un clon poseerá el mismo código genético. Es decir, las mismas cerraduras, que pueden abrirse con las mismas llaves. Los parásitos que saltaran a este clon, ya lo tendrían más fácil de antemano, ya conocerían el nuevo mundo que deben explorar. No tardarían en hacerse con ese nuevo ser humano, pues tendrían una seria ventaja en la carrera armamentística.
Por eso existe el sexo.
A primera vista, la reproducción sexual es un mal negocio. Primero hay que encontrar una pareja sexual viable y, al final, nuestra descendencia sólo tendrá la “mitad” de nuestros genes. Es como si la mitad de nosotros se extinguiera para siempre, por muchos esfuerzos que hagamos. A esto se le llama el costo de la meiosis (la clase de fisión que ocurre en las células sexuales, para distinguirla de la fisión clonadora de la mitosis).
Por supuesto, existen muchos tipos y niveles de teorías (no todas ellas biológicas) para explicar la existencia del matrimonio, los tabúes sexuales, las vestimentas, el adulterio, la pornografía, los condones o el VIH, pero antes que nada están los mecanismos elementales de la reproducción sexual.
Según parte de las teorías más vanguardistas de la biología evolutiva sobre la existencia del sexo entre vertebrados, el coste que reprenta el sexo se cubre gracias a que nuestra descendencia se hace relativamente inescrutable para los parásitos con que la dotamos desde su nacimiento. Nueva configuración genética. Nuevas cerraduras. Una terra incognita para los parásitos invasores.
Aceptamos crear seres nuevos, ligeramente diferentes a nosotros (junto a otra persona que también es diferente a nosotros), porque si todos fuéramos iguales y la biodiversidad no se potenciara continuamente, estaríamos mucho más indefensos ante las amenazas que nos rodean. Por eso existe el sexo. Por eso la vida (la de nuestra particular configuración genética) es finita.