La ciencia trasciende nuestra mirada bizca y nos muestra un poco mejor qué se esconde detrás de los espejismos de la realidad. Como un telescopio. Como un microscopio. Como unas lentes bien graduadas. Como unos rayos X que no se quedan en la superficie de las cosas.
Por esa razón es inconcebible que una persona sostenga una opinión cualquiera sobre el aborto sin previamente haberse armado esta opinión bajo un riguroso prisma científico. Dejando atrás lo que creía saber.
Y entonces, una vez tengamos a mano todo lo que sabemos científicamente sobre el aborto, deberíamos abordar realmente el asunto de las fronteras. ¿16 semanas? ¿El instante de la concepción? ¿Una vez nacido? ¿Después de unos meses de haber nacido pero antes de que el sistema nervioso se haya acabado de formar?
La frontera, desde un punto de vista científico, es imposible de establecer. Pero sí se pueden descartar algunas ideas preconcebidas, o al menos se pueden discutir más fluidamente.
Lo expresa así Daniel Dennett en su libro La peligrosa idea de Darwin:
Yo no sugiero que el pensamiento darwiniano responda a todas estas cuestiones; sugiero que el pensamiento darwiniano nos ayuda a comprender por qué la tradicional esperanza de resolver estos problemas (algo así como encontrar un algoritmo moral) no tiene futuro. Debemos abandonar los mitos que hacen que estas obsoletas soluciones parezcan inevitables. En otras palabras, necesitamos madurar.
Por ejemplo, vayamos a una idea concreta muy difundida en nuestra sociedad. Que un ser humano merece tal calificativo justo en el instante después de la concepción, pues si dejamos que el tiempo transcurra naturalmente, sin interceder, entonces ese conglomerado de células se acabará convirtiendo en una persona como nosotros.
Esta idea es tan elemental a nivel biológico que entraña muchos problemas:
1) ¿Desde cuando es mejor, per se, permitir que la naturaleza actúe libremente, a su aire, sin interceder? Desde la ciencia ya ha quedado establecido que natural no siempre es sinónimo de beneficioso para el ser humano. Lo antinatural muchas veces nos ha servido mejor para salir adelante.
2) ¿Por qué, entonces, no dejar actuar libremente a la naturaleza decidiendo no tomar medidas anticonceptivas bajo ningún caso? Más aún: no refrenando nuestro deseo de mantener relaciones sexuales, algo completamente natural. Aquí entra el escena el concepto de viabilidad del embrión o del derecho a la vida, esgrimido muchas veces por los atacantes del aborto. Carl Sagan en su libro Los dragones del Edén dice lo siguiente:
En el otro extremo están los que defienden la idea del “derecho a la vida”, la aserción de que la muerte de un simple cigoto, de un óvulo fertilizado antes de la primera etapa embrionaria, equivale a un asesinato, por cuanto el cigoto lleva en sí la capacidad de dar vida a un ser humano. Soy perfectamente consciente de que en un tema en el que concurren sentimientos tan apasionados toda solución que se proponga no satisfará a ninguna de las dos partes, y en ocasiones el corazón y la mente nos llevan a diferentes conclusiones. (…) la frase “derecho a la vida” constituye un ejemplo claro de expresión altisonante concebida para impresionar más que para aclarar las cosas. (…) Debo decir, también, que el argumento de la capacidad del cigoto para dar vida a un ser humano me parece sumamente endeble. En circunstancias propias cualquier óvulo o esperma tiene este mismo potencial. Con todo, ni la masturbación ni las poluciones nocturnas del varón suelen conceptuarse como actos antinaturales merecedores de una condena por asesinato. (…) Por si esto fuera poco, es posible que en un futuro no muy lejano podamos dar vida a un ser humano a partir de una simple célula tomada prácticamente de cualquier parte del cuerpo del donante. Si ello es así, cualquier célula del organismo debidamente preservada hasta el momento en que la gestación extracorpórea se lleva a la práctica con garantías puede llegar a convertirse en un ser vivo. Por lo demás, ¿cometo un genocidio si me pincho un dedo y vierto una gota de sangre?