Realmente los nombres de las particularidades orográficas de este reino volátil tienen connotaciones mágicas, y yo al menos no puedo dejar de imaginarme aquí el vuelo entre las nubes de Bastian a lomos del dragón blanco Fuyur en La historia interminable.
Sobre todo si se trata de surcar la gigantesca nube horizontal conocida como Morning Glory cloud (Gloria de la mañana). Se produce en el cielo del condado de Burketown, en Australia, cada septiembre y octubre. Puede llegar a tener hasta 1.000 kilómetros de largo y 2.000 kilómetros de altura, avanzando hacia la costa al amanecer a una velocidad que puede alcanzar los 60 kilómetros por hora.
Toda una nación flotante constituida únicamente por el forro blanco de todas las almohadas del mundo. Una nube que los científicos aún no saben cómo funciona ni cómo se origina. Desde el suelo, sin duda tiene un aspecto imponente. Pero quienes la han fotografiado desde las alturas, mientras surfeaban por ella, aseguran que la sensación es idéntica a la de navegar sobre un océano lleno de espuma. Yo añado que me recuerda a la versión blanca de los enormes platillos volantes que se quedaban sobre las principales ciudades del mundo en la película Independece Day o en la serie de televisión V.
Pero de pequeño, más que mirar las nubes por sus formas y particularidades, o porque me recordaran a ovejas trasquiladas o a las anfractuosidades de un cerebro, me entretenía buscando formas reconocibles en ellas. Con el transcurrir de los años, sin embargo, descubrí que las nubes en realidad nunca se configuran a propósito para parecerse a un conejo o a una casa: todas esas formas nacían en mi propia cabeza, porque es mi propia mente la que busca sin descanso patrones que se ajusten a mis ideas visuales preconcebidas.
Tal y como ocurre con aquel sándwich de queso hecho a la plancha de una tal Diana Duyser, una mujer de Estados Unidos que aseguraba que en la superficie de su sándwich, producto de las manchas que había dejado la plancha al tostar el pan, había aparecido una suerte de icono religioso. Y lo cierto es que cualquiera que mirara las manchas tostadas del pan, veía lo mismo. El Sándwich Santo fue vendido a través de eBay por nada menos que 21.000 euros.
También es el mismo fenómeno que acontece en quienes dicen que se distingue una cara en las fotografías de Marte que llevó a cabo el satélite Mars Express. Es un fenómeno tan bien descrito ya por la psicología que hasta la misma disciplina se basa en ellos para estudiar el subconsciente de los pacientes: los famosos tests de Rorschach, que son manchas de tinta en las que cada paciente distingue una cosa diferente a tenor de su idiosincrasia. Nuestros cerebros ven caras e iconos famosos en todos los sitios, en base a una serie de categorías originadas en nuestra infancia. Este fenómeno, el de percibir como algo reconocible una forma inicialmente sin ningún tipo de patrón es un fenómeno psicológico conocido con el nombre de pareidolia.
En Internet hasta existen concursos de pareidolias. Así que imaginad la de cosas que uno puede ver en las nubes, formas continuamente cambiantes.