Antes del florecimiento de las primeras computadoras, la computación era una industria casera llevada a cabo por grupos de personas que trabajaban perfectamente coordenadas, como algoritmos humanos.
Por ejemplo, a partir de 1767, una red de computadores humanos compuesto por 34 hombres y 1 mujer, Mary Edwards, de Ludlow, Shropshire, trabajaban todos desde su propia casa a la orden de la Junta de Longitud, que había ordenado la publicación de un Almanaque náutico con tablas de posición del sol, la luna, las estrellas, los planetas y las lunas de Júpiter.
Los computadores no eran especialmente hábiles, simplemente cumplían su cometido siguiendo sencillas reglas, y este grupo de 35 individuos trabajó afanosa y coordinadamente durante décadas a fin de conseguir el objetivo fijado por la Junta de Longitud.
Tal y como explica James Gleick en su libro La información:
En cualquier caso los computadores, como humanos que eran, cometían errores, de modo que el mismo trabajo era encargado a dos personas distintas como medida de seguridad. (Por desgracia, como humanos que eran, se descubrió que los computadores a veces se copiaban unos a otros con el fin de ahorrarse trabajo). Para manejar todo el flujo de información el proyecto empleaba a un Comparador de Efemérides y a un Corrector de Pruebas. La comunicación entre los computadores y el comparador se realizaba por correo, confiado a hombres a pie y a lomos de caballo, y cada mensaje tardaba en llegar varios días.
Los errores de los computadores humanos, sin embargo, eran lo suficientemente frecuentes como para resultar muy engorrosos, lo cual llevaba a pensar que la computación humana no tenía mucho futuro, y que habría que apostar por un proceso mecánico, tal y como vaticinaba, adelantado a su tiempo, Charles Babbage (podéis leer algunas de sus genialidades y manías aquí).
Los fallos de los computadores humanos incluso tienen historias particularmente curiosas, como las aparejadas a que unos computadores copiaban la información ya publicada, aunque contuviera errores. Como la que sucedió en la Ordnance Survey.
Cuando en Irlanda nació la Ordnance Survey, la agencia que se encargaba de la elaboración de mapas, surgió un problema bastante curioso a la hora de cartografiar el país a mayor escala de lo que lo había hecho antes cualquier otra nación: que la gente, a diferencia de los ordenadores y los satélites, se copia a sí misma, aunque cometa errores.
Así pues, los topógrafos irlandeses, equipos de zapadores y mineros, partieron por el país para llevar a cabo su gran misión. Los topógrafos irlandeses, pues, eran más héroes que científicos, si bien llevaban a cabo su trabajo con una minuciosidad encomiable. Tanto es así que descubrieron que todo el mundo estaba equivocado justo en las mismas cosas.
Antes, sin embargo, debemos entender qué es un logaritmo. Los logaritmos son algo así como números inventados para facilitar la realización de problemas de aritmética y geometría. Son como atajos. Así como para llegar a determinada solución se deben hacer varios cálculos, un logaritmo permite evitarse todas estas multiplicaciones y divisiones.
Para llevar a cabo su misión de dibujar el mapa de su país, los topógrafos irlandeses, pues, llevaban consigo 250 juegos de tablas de logaritmos, relativamente portátiles y con una exactitud de siete decimales. El problema es que estas tablas no estaban realizadas por ordenadores (todavía no se habían inventado) sino por seres humanos, y los seres humanos cometen errores. Y, además, para ahorrarse trabajo, se copian unos a otros.
El servicio de topografía comparó trece tablas publicadas en Londres a lo largo de los últimos doscientos años, así como otras provenientes de París, Aviñón, Berlín, Leipzig, Gouda, Florencia, y China. Se descubrieron seis errores en casi todos los volúmenes: y los seis eran los mismos. La conclusión era inevitable: las tablas se habían copiado unas a otras, al menos en parte.
El problema del plagio a la hora de confeccionar mapas del mundo, es decir, de saber cómo es el mundo que nos rodea, ha acarreado no pocos problemas. Hasta el punto de que algunas empresas de mapas deciden introducir errores a propósito, las llamada trap streets o calles trampa, a fin de que los plagiadores también cometan el mismo desliz y, ante un tribunal, demostrar que ese desliz sólo puede haberse cometido si se había plagiado por completo el mapa original.