Si bien Internet y todas sus herramientas online han favorecido el intercambio de ideas y los proyectos comunes a una velocidad inimaginable hace unos años, también se están produciendo otro efecto colateral: esas ideas están perdiendo profundidad y matices. Algo que está ocurriendo incluso en la investigación académica.
Al menos es lo que ha sugerido James Evans, sociólogo de la Universidad de Chicago, en un artículo que publicó en Science en 2008. Evans señaló que las herramientas de filtrado automatizado de la información, tales como los motores de búsqueda, tienden a servir como amplificadores de la popularidad, creando rápidamente, para luego reforzar continuamente, el consenso acerca de qué información es importante y cuál no lo es.
Para llegar a estas conclusiones, Evans reunió una gigantesca base de datos de 34 millones de artículos académicos publicados en revistas científicas desde 1945 hasta 2005.
Se analizaron las citas incluidas en los artículos para ver si los patrones de citación, y por lo tanto de investigación, han cambiado desde que los boletines especializados han pasado de imprimirse en papel a publicarse en Internet. Teniendo en cuenta lo fácil que es buscar en texto digital en comparación con texto impreso, comúnmente se ha venido dado el supuesto de que esta disponibilidad masiva de boletines en la Red ampliaría el alcance de la investigación científica, dando lugar a un conjunto más diverso de citas.
Pero Evans descubrió que no era así. A medida que los textos se digitalizaban y se subían a Internet, los estudiosos citaban con mayor frecuencia los trabajos más recientes. Por otro lado, la extrema facilidad del pinchado de enlaces empuja a muchos investigadores online, según Evans: “a evitar muchos trabajos relacionados marginalmente con el tema principal.”
Cuanto antes se encuentre una opinión dominante, pues, más fácil es que el académico: “la siga, lo que conduce a más citas referidas a menos trabajos.”
Es decir, que la antigua investigación sin el apoyo de Internet era mucho menos eficiente, pero traía aparejadas algunas ventajas, como la probabilidad de explorar caminos poco transitados. Ahora todo es más fácil, pero también más ortodoxo, según Evans:
Al atraer a los investigadores a temas secundarios, la investigación en letra impresa debe de haberles facilitado las tareas de establecer comparaciones más amplias y hacerse una idea más completa del pasado.
En otras palabras, somos más perezosos en línea, y si la eficiencia es la pereza (más resultados con menos gasto energético), lo lógico es que en la ciencia y la erudición profesional, los investigadores aspiren a ser perezosos… queriendo producir más por menos.
Obviamente, no vamos a apagar los ordenadores, ni debemos. Pero esperemos que una evolución en las interfaces y la indexación a la par que el avance en el procesamiento del lenguaje natural pueda mejorar nuestra capacidad de recuperar, resumir, comparar, y resucitar ideas olvidadas, y evitar mejor los resultados más populares.
Vía | Superficiales de Nicholas Carr