Claude Elwood Shannon, nacido en 1916, fue un ingeniero electrónico y matemático estadounidense, recordado como «el padre de la teoría de la información».
Un día de verano de 1949, antes de que apareciera el volumen titulado La teoría matemática de la comunicación, Shannon tomó un lápiz y un pedazo de papel de un cuaderno, trazó una línea vertical y escribió las potencias de diez desde 100 hasta 1013. Denominó ese eje “capacidad de almacenamiento de bits”.
Y entonces empezó a listar diferentes cosas de las que podía decirse que “almacenaban información”, según sus palabras textuales (algunas de las cuales resultan extrañamente proféticas):
3 bits
: una rueda digital, como la de una máquina calculadora de sobremesa (diez dígitos decimales).103 bits: tarjeta perforada.
104 bits: mecanografiado de página a un solo espacio (32 símbolos posibles).
105: constitución genética del hombre. James Watson aún tenía 21 años cuando Shannon escribió esta innovadora frase. Tal y como señala James Gleick en La información:
Se trataba de la primera vez que alguien sugería que el genoma era un almacenamiento de información medible en bits. La conjetura de Shannon se quedaría corta, al menos en cuatro órdenes de magnitud. Creía que un “disco de vinilo (128 niveles)” contenía más información: 300.000 bits. Asignó al nivel de 10 millones una voluminosa revista especializada (Proceedings of the Institute of Radio Engineers), y al de 1.000 millones la Enciclopedia Británica.
1011: una hora de retransmisión televisiva.
1014, es decir, 100 billones de bits: la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América en Washington DC.
Recientemente, estudio publicado por la revista Sciencie trató de calcular la capacidad total de almacenar información que tiene en la actualidad la humanidad. En 2007, la capacidad era de 295 trillones de bytes óptimamente comprimidos (1018 bytes).
Quizás os parezcan cifras mareantes. ¿Para qué son necesarios tantos libros, tantas canciones, tantas películas, tantos artículos y documentos? Algunos se quejan de la infoxicación, pero tal vez no diagnostican correctamente el problema. Podéis leer sobre ello en ¿Seguro que menos es más? (I): por qué el exceso de libros no es necesariamente malo.
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