Como os adelantaba en la primera entrega de este artículo, la digitalización masiva de libros, convertidos posteriormente en datos, puede abrir un nuevo y fascinante camino hacia la comprensión de aspectos que de otro modo habrían quedado en tinieblas, y que competen a disciplinas como la psicología, la historia o incluso la autoría de un texto.
Uno de los mejores ejemplos de esta idea es el Canterbury Tales Project, en el que un grupo de filólogos se ha enfrentado a un análisis propio de los códigos genéticos para reconstruir la historia de 86 obras manuscritas diferentes de Los cuentos de Canterbury, de Chaucer (para quien no la haya leído, quizá le suene más Los cantos de Hyperion, de Dan Simmons, que se basa estructuralmente en esta obra).
Estos manuscritos fueron escritos y copiados a mano antes de que se inventara la imprenta. Las copias, pues, están sujetas a errores o mutaciones, tal y como sucede con la herencia genética. Pero anotando meticulosamente todas las diferencias entre manuscritos y copias de las que disponen los filólogos, se puede construir una especie de árbol evolutivo del texto.
Con la imprenta, sin embargo, no solo se estandarizaron las letras, sino también se prodigaron de tal modo que nos permite trazar patrones. El lenguaje posee tanta información que, incluso, tiene una capacidad para indagar que dejaría en ridículo a Sherlock Holmes. Gracias a las huellas que dejamos al hablar y escribir, la lingüística forense es capaz de certificar si somos nosotros los autores de determinada texto o no. Porque nuestro idiolecto es casi tan preciso como nuestro ADN.
Así pues, gracias al florecimiento de la Lingüística Forense a finales del siglo veinte, podemos centrarnos en la investigación y estudio en ámbitos como el del análisis de la imitación en la firma y en la producción de textos con finalidades criminales. Ya sabéis, determinar la autoría, por ejemplo, de una amenaza manuscrita, de un anónimo.
También se analizan las evidencias fonológicas, morfológicas, sintácticas, discursivas y terminológicas para identificar hablantes de una variedad lingüística determinada, estilo o registro. También, esclarece la comprensión lectora de documentos legales. Y, finalmente, en menor medida, determina plagios en textos orales y escritos y en traducciones.
Para este último ámbito, los peritos en Lingüística Forense se ayudaban de un software lo suficientemente efectivo como para detectar los primeros plagios, como el del célebre premio Nobel Camilo José Cela o el de la presentadora de televisión Ana Rosa Quintana, que calcó ochenta páginas de párrafos enteros de dos novelas preexistentes.
Recuerdo el caso de un extorsionador de Teruel cuyas marcas de idiolecto le delataron frente al ojo escrutador de la lingüística forense: tenía el extorsionador un uso redundante del pronombre en primera persona y el relativo compuesto, cuando en los corpus del español es más habitual en la ratio el relativo simple: como el acusado había vivido en Cataluña, se había contaminado en la frecuencia de uso del relativo compuesto. El extorsionador intentó cuestionar el dictamen del los lingüistas forenses, pero las evidencias eran abrumadoras y así lo entendió también el magistrado en una sentencia que sentó jurisprudencia.
Si el otro día veíamos cómo los insectos podían ser útiles a la hora de la práctica forense, por ejemplo para establecer la fecha de la muerte de un cadáver, en la lingüística forense los insectos pasan a ser como manchas en una hoja de papel, como insectos aplastados: las letras.
Con la digitalización de gran parte de la literatura universal, sin embargo, los análisis pueden llegar mucho más allá, como ya expliqué en Culturonomía. Todos los libros, palabras, expresiones, ideolectos se pueden cruzar hasta alcanzar equivalentes a Google Flu Trends en el ámbito del motor de búsqueda.
Si Google Flu Trends nos permite saber antes que ningún otro organismo dónde se producirá una epidemia de gripe simplemente explorando en qué lugares se busca a través de Google los síntomas de la gripe, imaginaos todo lo que podemos aprender de los libros, de las personas que los escribieron, y del contexto social donde lo hicieron.
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