Os decía en el artículo anterior que el futuro de la humanidad pasa por el diseño genético de los seres humanos. Algo que suena a frío, a película tipo Gattaca. Sin embargo, la alternativa a esta situación aún os sonará peor.
Porque pensad en lo siguiente: con la llegada de la medicina moderna, cada vez se pueden moderar o evitar de forma deliberada más defectos hereditarios. La fenilcetonuria, por ejemplo, afectaba hasta hace pocos años a 1 de cada 10.000 niños con retraso mental grave. Ahora los médicos evitan completamente los síntomas al limitar la dieta de los niños fenilcetonúricos a alimentos libres de fenilalanina.
Es decir, que la gente usa el conocimiento científico para obtener un control consciente sobre su herencia. Pero la moderación de los efectos de los genes perjudiciales tiene una doble cara: los beneficios que se vayan acumulando habrán de pagarse con una dependencia creciente de procedimientos médicos pesados y con frecuencia caros.
Pero esta etapa de prótesis médica, como he dicho, será sustituida por la evolución volitiva.
Si comprendemos qué cambios en los genes provocan determinados efectos, hasta le nivel de las letras de nucleóticos del código ADN, entonces, en principio, el efecto puede repararse de forma permanente. Los genetistas están trabajando esforzadamente para hacer que esta hazaña, llamada terapia génica, sea una realidad.
La terapia génica, en cuanto sea una práctica segura y la gente se la pueda permitir, tendrá una demanda insospechada. Muchos de nosotros, aunque parezcamos sanos, podemos portar, por ejemplo, genes recesivos defectuosos que podrían hacer que nuestros hijos nacieran con ellos. ¿Acaso nos resistiremos a no hacer nada para evitarlo?
Hasta dónde deberá permitirse que las personas se muten a sí mismas y a sus descendientes será un problema ético que requerirá de unos debates mucho más técnicos, complejos y difícilmente asimilables que los que hoy mantenemos sobre temas como el aborto o la eutanasia.
Sin duda habrá una línea divisoria moral entre las terapias génicas orientadas a curar enfermedades o las orientadas a la mejora de rasgos normales, saludables.
La imaginación científica pensará que sólo hay un pequeño paso, por ejemplo, desde la dislexia grave (una región génica descubierta en 1994 en el cromosoma número 6) a la dislexia leve, y otro saltito hasta la capacidad de aprender intacta y, finalmente, un paso más hasta la capacidad de aprender superior.
Todo ello originará decisiones particulares o colectivas según culturas y religiones que creará, a su vez, dislocaciones sociales y económicas enormes. Tal vez comunidades de especialistas capaces de trabajar juntos a niveles superiores de productividad. Tal vez pueblos tan longevos que resulten un problema socioeconómico para los organismos supranacionales en los que estén inscritos.
Lo dicho: se nos avecinan una larga lista de decisiones complejas que precisarán de mentes lúcidas y reflexiones ponderadas. Algo que, habida cuenta de lo que escucho y veo en radio y televisión, dudo que se produzca. Ni por asomo. La ciencia, la política, la ética, la religión y la gente con más o menos conocimientos técnicos se enfrentarán pronto a un desafío intelectual tan descomunal que probablemente debamos esperar un buen número de resultados funestos.
Hemos alcanzado este punto después de un largo camino de fatigas y autoengaños. Pronto tendremos que mirar hacia nuestro interior y decidir en qué queremos convertirnos. Habiéndose terminado nuestra infancia, oiremos la verdadera voz de Mefistófeles.
Este tipo de acontecimientos también dejarán en evidencia lo poco que sabemos en realidad sobre el significado de la existencia humana. Lo absurdo que es vivir por vivir. Si realmente existen un propósito, cuál es, o si no hay ninguno sobre el cual dirigir el genio humano.
Pronostico que las generaciones futuras serán conservadoras desde el punto de vista genético. Excepto para la reparación de defectos incapacitantes, se resistirán al cambio hereditario. Lo harán para salvaguardar las emociones y las reglas epigenéticas del desarrollo mental, porque estos elementos componen el alma física de la especie. (…) ¿Por qué tendría una especie que abandonar el núcleo definidor de su existencia, construido por millones de años de prueba biológica y error?.
Pero yo añadiría: ¿Y por qué no? Probablemente no tengamos aún los conocimientos intelectuales y éticos suficientes para responder a semejante pregunta. Y, por ello, tras leer novelas como aquella segunda parte apócrifa de La máquina del tiempo de H. G. Wells, Las naves del tiempo, de Stephen Baxter, un lector medianamente culto no sabrá qué tipo de vida es mejor o más apropiada: si la de los morlocks, que sólo persiguen el conocimiento absoluto a toda costa, incluso desdeñando su propia humanidad, o la de los elois, que prefieren una vida más sin mayor trascendencia, feliz y despreocupada, parecida a la de Los mundos de Yupi.
¿Y vosotros qué opináis?