La competición entre mentes fue, evolutivamente, lo que propició el rápido desarrollo de la inteligencia del ser humano. Un proceso competitivo que algunos denominan ECL (Evolución de la Contienda entre Loci).
Por poner un ejemplo más claro. Imaginad que existe un gen que sirve para que su poseedor sepa mentir mejor, convirtiendo así a estos individuos en estafadores de éxito. Pero entonces surge una versión del gen diferente, capaz de detectar las mentiras más elaboradas. Estos segundos individuos, que quizá también posean la primera versión del gen de la mentira, serían capaces de escamotear las estafas.
Las dos habilidades se irían desarrollando, pues, en una especie de escalada armamentística, en la que los mentirosos cada vez mentirían mejor y los cazadores de mentirosos cada vez detectarían mejor el fraude.
Así es, a grandes rasgos, cómo se desarrollaron las sutilezas de la inteligencia humana en los últimos tres millones de años.
La idea de que nuestros cerebros se agrandaron o se interconectaron mejor para ayudarnos a fabricar herramientas o encender fuegos cada vez es más endeble. La inteligencia, a juicio de cada vez más evolucionistas, aflora de una guerra maquiavélica de manipulación y de resistencia a la manipulación.
Según las palabras de los investigadores William R. Rice y Brett Holland, de la Universidad de California:
Es posible que el fenómeno al que nos referimos como inteligencia sea un subproducto del conflicto intergenómico entre los genes que intervienen en la ofensa y la defensa en el contexto del lenguaje.
O en palabras más llanas: la inteligencia brota, fundamentalmente, del conflicto social, de la interacción con nuestros semejantes. La inteligencia se afina de nuestro interés por saber qué está pensando el otro y de nuestros intentos de que el otro no sepa lo que realmente estamos pensando nosotros.
¿Será por eso que existen tantos mentirosos a nuestro alrededor y la sinceridad no es una estrategia demasiado fructífera para la supervivencia?