A pesar de la algarabía de los grupos antisistema enarbolando pancartas de “Nucleares, no” que podíamos observar hace un par décadas, lo cierto es que la propia naturaleza ha generado al menos un reactor nuclear de fisión. Un reactor nuclear alimentado por nada más que uranio, agua y algas verdeazuladas (o sea, el verdín de los estanques, que en realidad no son algas sino un grupo de bacterias fotosintéticas conocido como cianobacterias).
El lugar donde podemos hallar este prodigio es en Oklo, en Bangombé, Gabón (antigua colonia francesa en el África ecuatorial occidental), en las minas de uranio de Franceville. Y se puso en marcha por sí solo, hace unos 1.700 millones de años. Un lugar que podría haber sido tomado por la banda Aviadro Dro, cuando lanzaba consignas como “Nuclear, sí”, en clara oposición irónica al ambiente reinante de la época en la que se puso de moda criticar a las nucleares.
En la actualidad, el reactor de Oklo ya está extinto, pero el año que fue descubierto, en mayo de 1972, demostró que la fisión nuclear había sido inventada en la Tierra hacía mucho tiempo. Las algas de un río cercano a Oklo producían un exceso de oxígeno tras realizar la fotosíntesis. El oxígeno regresaba al agua tan ácida que, mientras se infiltraba en la tierra por el suelo poroso, iba disolviendo el uranio de la roca madre. Todo el uranio de entonces una concentración mayor del isótopo que se usa en las bombas atómicas, el uranio-235; un 3 % en comparación con un 0,7 % en la actualidad. De modo que el agua era volátil, y cuando las algas bajo el suelo filtraron el agua, el uranio quedó concentrado en un lugar, alcanzando así una masa crítica.
El equipo de geólogos que descubrió este lugar enseguida se dio cuenta de que algo extraño estaba pasando con el uranio de la mina: era tan escaso que parecía haber sido consumido por alguien. Pero la razón de que actualmente no exista un cráter enorme en África es que, al calentarse el uranio, hizo hervir el agua hasta evaporarla, tal y como explica el químico Sam Kean en su libro La cuchara menguante:
Sin agua, los neutrones se tornaron demasiado rápidos para poder absorberlos, y el proceso se paró. Sólo cuando el uranio se enfrió pudo entrar de nuevo el agua, y el reactor volvió a entrar en funcionamiento. Era una especie de Old Faithful nuclear que se autorregulaba, y consumió unos 6.000 kilogramos de uranio a lo largo de más de 150.000 años en dieciséis lugares alrededor de Oklo, en ciclos de encendido y pagado de 150 minutos.
Hasta entonces, la existencia de fisiones nucleares en la naturaleza sólo era una hipótesis que había sido defendida por el físico norteamericano Paul K. Kuroda, de la Universidad de Arkansas, en 1956, y previamente, en 1953, por George W. Wetherill, de la Universidad de California y Mark G. Inghram, de la Universidad de Chicago.
Para que os hagáis una idea del poder del uranio, una tonelada de uranio natural produce una energía equivalente a más de 16.000 toneladas de carbón, 80.000 toneladas de petróleo o 40 millones de kilovatios.hora de electricidad.
La razón de que ahora ya no encontremos reactores nucleares naturales se debe a que el uranio necesario, el uranio empobrecido (uranio-235), se desintegra con el tiempo: su periodo de semidesintegración es de 713 millones de años. Parece mucho tiempo, pero la Tierra ya tiene una edad de 4.500 millones de años. Al formarse nuestro planeta, el uranio-235 constituía el 33 % de todo el uranio fisible, pero hoy en día solo supone el 0,7, una concentración insuficiente para desencadenar una reacción nuclear natural. Los seres humanos, no obstante, se han dedicado a extraer y concentrar uranio-235 para revivir la reacción artificialmente.