A veces somos tan esclavos de la báscula, las servidumbres de la Operación Bikini son tan exigentes, que nos gustaría chasquear los dedos y perder ni que fueran 150 gramos en un instante a fin de que los números de la balanza casen con nuestra idea de la delgadez.
En el recomendable libro ¿Qué pasaría si…? de Randall Munroe dan algunos consejos al respecto, algunos más viables que otros:
- Quitarse la camiseta.
- Orinar.
- Cortarte el pelo, en el caso de que sea largo.
- Donar sangre.
- Arrancarse los dedos.
- Sostener un globo de 90 centímetros de diámetro lleno de helio.
- Suprimir todo tu ADN.
Pero una forma más efectista y llamativa de perder 150 gramos consisten, sencillamente, en cambiar de lugar donde ponemos la báscula. Si viajamos desde las regiones polares a los trópicos, ya lo tenemos, como escribe Munroe:
Si te encuentras en el polo norte, estás 20 kilómetros más cerca de la Tierra que si estás en el ecuador y notas con más intensidad la fuerza de la gravedad. Además, si estás en el ecuador, estás siendo lanzado fuera por la fuerza centrífuga. El resultado de estos dos fenómenos es que, si te mueves entre las regiones polares y las ecuatoriales, puedes perder o ganar hasta media centésima de tu peso corporal.
Puede ser un poco tonto tomarse estas molestias para perder unos gramos, pero no lo es tanto si nos disponemos a pesar algo con mayor precisión:
Si tu báscula tiene una precisión de más de dos decimales, tienes que calibrarla con un peso de prueba, porque la fuerza de la gravedad en la fábrica de básculas no es necesariamente la misma que en tu casa.
Con todo, tampoco esperéis precisión si pesáis algo realmente muy ligero: la balanza de laboratorio más precisa puede pesar 0,001 gramos de una sustancia, pero esta cantidad se queda muy lejos del peso, por ejemplo, del átomo. De hecho, esta cantidad sólo es del orden de miles de millones de átomos (10 elevado a la 20).
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