Hagamos un pequeño resumen. Hasta ahora, hemos visto que en los diagramas de Feynman representamos la trayectoria de las partículas que intervienen en una interacción.
Dichas líneas se cruzan en vértices de interacción, donde las partículas intercambian energía (si la misma línea sale y entra del vértice) o bien se destruyen o se crean (si las líneas sólo entran o sólo salen del punto).
Además, sabemos que no podemos poner líneas en un vértice sin ton ni son. Tienen que cumplir unas cuantas leyes de conservación muy estrictas: energía, momento, carga eléctrica, (algunos) números cuánticos, etc. Pero la cosa no acaba ahí. Incluso si nos aseguramos que que se cumplen todas las leyes de conservación, no podemos poner las líneas que queramos en un vértice.
¿Qué nos dice que tipos de vértice podemos poner en un modelo concreto? En el anterior capítulo os adelanté la palabra mágica: para saberlo, tenemos que mirar el lagrangiano.
En realidad, el lagrangiano es un objeto que procede de la física clásica, mucho antes de que existiera la cuántica y la teoría de campos. Es una especie de generalización de las leyes de Newton, cuando se usa clásicamente realiza exactamente las mismas predicciones que la mecánica clásica que aprendimos todos en el colegio. Eso sí, haciendo uso de unas matemáticas diferentes, más potentes pero también más difíciles (no demasiado).
El lagrangiano se mide en las mismas unidades que la energía (es decir, julios, en el sistema internacional), pero su valor no igual al de la energía del sistema. Aunque está íntimamente ligado a ella. De hecho, el lagrangiano tiene un hermano, el hamiltoniano, cuyo valor sí coincide con la energía; pero eso es otra historia.
Fotos | Fermilab, La web de Física